El sociólogo de la religión James Davison Hunter acuñó en 1991 el término guerras culturales para referirse al conflicto entre la mayoría moral evangélica y la cosmovisión de izquierdas. En su opinión, existen dos cosmovisiones radicalmente opuestas en una serie de asuntos (cuyo núcleo son educación, familia y bioética) que luchan por el control de la cultura: el cristianismo evangélico y el liberalismo progresista.
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La idea de la guerra cultural ha sido muy útil para la movilización partidista del electorado cristiano: hay un enemigo que busca destruir el cristianismo y la condición humana. Surge una llamada agónica e inevitable a la lucha absoluta. Es la base sobre la que ha operado el Partido Republicano y el Foxismo que ha polarizado Estados Unidos. Por otra parte, es el humus para teorías conspiranoicas que explican cualquier fracaso y evitan la autocrítica.
¿Pero existe una guerra cultural? No basta con grupúsculos u organizaciones poderosas que se muevan en esa clave. Si fuera así, serían más bien guerrillas culturales. ¿Cuáles serían los criterios para una guerra cultural? Principalmente, cinco.
- Primero, una polarización social que afecte a un amplio porcentaje de la población.
- Segundo, intereses esenciales incompatibles y contrapuestos.
- Tercero, competencia por ocupar los mismos dominios mediáticos.
- Cuarto, violencia institucional, presión coactiva y violación de libertades.
- Quinto, buscar la destrucción o anulación del poder del otro.
El concepto de guerra cultural ha entrado en algunas discusiones de cristianos en España. A mi juicio, no se cumplen los criterios para que se esté dando, pero, sin duda, hay intereses en que parezca que así es. ¿Declaró Jesús una guerra contra alguna de las cosmovisiones incompatibles con su Evangelio?