“Como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas para su desarrollo integral” (FT, 118)
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Lo que parece una simple declaración de intenciones a propósito de destino universal de los bienes y de la función social de la propiedad, tiene un sentido mucho más profundo que la misma Encíclica confirma un poco más adelante cuando en el 127 vuelve a insistir en que “Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos”.
Francisco tiene claro que estas condiciones no se pueden lograr únicamente con un crecimiento económico que no es un desarrollo integral como ya afirma la DSI desde hace muchos años (Populorum progressio 14). Francisco vuelve a insistir en esta Encíclica en algo de lo que ya había indicado en la Evangelii gaudium “El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” –sin nombrarlo– como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social” (FT, 168)
Francisco nos está proponiendo que reorientemos la economía, que dirijamos nuestros pasos en otra dirección. No es importante el crecimiento económico, no es importante tener más entre todos. Lo que resulta clave es que podamos organizar la economía para que todos tengan tierra, techo y trabajo, para que todos puedan alcanzar una vida digna y tengan oportunidades de desarrollarse como personas.
Amor preferencial por los últimos
Por eso en el 187 vuelve a nombrar el “amor preferencial por los últimos” que en economía supone organizar la sociedad para que estos tengan lo suficiente para vivir. Francisco insiste en que, al ser la caridad “el corazón de toda vida social sana y abierta” toda la organización económica debe tener en cuenta principalmente a quienes peor están.
Tenemos, pues, una llamada a los economistas y políticos para que construyan un nuevo paradigma que ponga al más pobre en el centro de la acción económica. Que dejen de buscar el crecimiento económico como único fin de la economía y que busquen en lugar de él “organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la misera” (FT 186). Este es un objetivo no solo legítimo, sino factible y hacia el que se puede avanzar si nos lo planteamos y lo ponemos como el norte de nuestra actuación.