Días antes de Navidad salta la noticia: este año tendríamos la oportunidad de ver la “estrella de Belén”. Esa información subrayaba la conjunción de Júpiter y Saturno, que se produce cada veinte años, pero que, en unas condiciones como las de este año 2020, tuvo lugar hace casi ochocientos años, en 1226, por última vez. Pues bien, todas esas informaciones concluían con que fue este fenómeno el que se produjo en el momento del nacimiento de Jesús y que estaría detrás de la estrella que siguieron los magos de Oriente según el relato evangélico (Mt 2,1-12).
- Conviértete en un rey mago: suscríbete a Vida Nueva y regala otra suscripción gratis a quien tú quieras
- DOCUMENTO: Texto íntegro de la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del papa Francisco (PDF)
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Como se puede apreciar, todas las informaciones se circunscriben al aspecto “astronómico” del fenómeno, olvidando su aspecto “simbólico”, que es el que primaba en la antigüedad. Es decir, en aquellos tiempos antiguos, los fenómenos meteorológicos eran comprendidos como señales que el mundo divino enviaba a los seres humanos. Así, por ejemplo, en el mundo romano se habló del Sidus Iulium, la “estrella de Julio”, un cometa que se vio en el cielo de Roma en el año 44 a. C., algún tiempo después de la muerte de Julio César, y que se entendió como la entrada efectiva de ese personaje en el mundo de los dioses.
Divinidad
En la Biblia, ya desde el Antiguo Testamento, la “estrella” remite, directa o indirectamente, a la divinidad. Uno de los oráculos más famosos del adivino Balaán dice: “Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, que cae en éxtasis y se le abren los ojos: lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel…” (Nm 24,15-17). Tradicionalmente, esta estrella se interpretó en clave mesiánica: Balaán hablaba del Mesías que vendría al final de los tiempos.
Muy probablemente, el relato evangélico de los magos es un desarrollo midrásico (interpretativo) del texto de Nm 24, o al menos una alusión a él. Así, Mateo estaría poniendo de relieve que la estrella que siguen los magos y que se detiene sobre el lugar donde están María, José y el Niño es el “símbolo celestial” que indica que ese Niño no es otro que el Mesías.
La “estrella de Belén” es la confesión de Jesús como Mesías y Señor, aunque esa estrella sea una humilde bombilla o led.