El pasado 17 de diciembre, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presidida por el cardenal Robert Sarah, hacía pública una nota sobre el domingo de la Palabra de Dios (tercer domingo del Tiempo Ordinario). Esa nota pretende “reavivar la conciencia de la importancia de la Sagrada Escritura en nuestra vida de creyentes, a partir de su resonancia en la liturgia, que nos pone en diálogo vivo y permanente con Dios”. Para lo cual ofrece diez consideraciones o propuestas de cara a una celebración digna.
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En los medios de comunicación se destacó sobre todo el n. 8 de la nota: “Los libros que contienen los textos de la Sagrada Escritura suscitan en quienes los escuchan la veneración por el misterio de Dios, que habla a su pueblo. Por eso, se ha de cuidar su aspecto material y su buen uso. Es inadecuado recurrir a folletos, fotocopias o subsidios en sustitución de los libros litúrgicos”.
Las formas
El texto me recordó un cuento de la tradición judeo-española que narra que en una comunidad vivía un rabino que, a pesar de su ceguera, rezaba siempre con el libro abierto ante sus ojos. A la pregunta de por qué hacía semejante cosa, si no podía leer, el rabino contestó lo siguiente (dejo el texto en ladino, tal como se transmite en la tradición sefardí):
“Es verdá ke yo no estó más en grado de meldar [leer], i ke konosko de cavesa kada palavra de la Tefillá [oración] i de la Torá. Ma [pero] tengo lo mizmo el livro delantre de mis ojos, para ke los ke me están viendo i no me konosen i no saven ke yo sé [soy] siego, no se imajinen que estó diziendo la Tefillá de kavesa, i dechizen i eyos [deduzcan o decidan], sigún mi exemplo, ke ken [quien] sabe la Ley de kavesa no tiene demenester [necesidad] del teksto. Esto puede traer a ke la orasión se aga sin pensar a las palavras ke se están diziendo, i ke piedra [pierda] su esensia i su verdadera valor”.
¿Se trata, pues, de un mero prurito litúrgico que apuntaría una celebración “perfecta” o “digna”, pero superficial y sin alma? Yo me inclino más bien por ese dicho que hoy puede resultar políticamente incorrecto –por “patriarcal”–, según el cual la mujer del César, además de ser honrada, tiene que parecerlo. Las formas sí tienen importancia.