Durante el siglo XX, España disfrutó de grandes intelectuales católicos: Xavier Zubiri, María Zambrano, Julián Marías, José María Valverde, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren. También despuntaron grandes poetas y novelistas, como Gabriel Miró, el primer Miguel Hernández, Ernestina de Champourcin, Luis Rosales, Rafael Morales, el primer Blas de Otero, Miguel Delibes, Carmen Laforet, José Antonio Muñoz Rojas, José Jiménez Lozano. Se trata de una nómina verdaderamente deslumbrante. Sin embargo, hoy pocos intelectuales o creadores se declaran católicos y los que lo hacen adoptan un perfil bajo, casi como si necesitaran excusarse. ¿Por qué los intelectuales se han alejado de la Iglesia Católica? El jesuita y sociólogo José María de Olaizola reflexiona sobre esta cuestión en su libro ‘En tierra de todos’, un ensayo valiente, ameno y sincero.
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Hay muchos católicos con la sensación de deambular por tierra de nadie, pues muchas veces sienten que la Iglesia y el Evangelio, lejos de concordar, se mueven en direcciones diferentes. El Evangelio llama a la rebeldía, a la “honestidad con lo real”, por utilizar una expresión de Jon Sobrino, y la Iglesia pide obediencia, acatamiento. El Evangelio anuncia que los últimos serán los primeros y que el más grande debe ser servidor de todos, pero lo cierto es que la Iglesia mantiene una estructura vertical, con un orden fuertemente jerarquizado. Vivir en tierra de nadie no es grato, pues nos expone al contagio de esa liquidez donde ya no hay espacio para las certezas. Actualmente, la sociedad ya no se articula mediante ciertos principios o convicciones, sino por una dinámica consumista que alienta el individualismo. Sin embargo, el ser humano aún muestra nostalgia de esa fe que le ayuda a vivir arraigado en una visión del mundo impregnada de esperanza. La fe no puede renunciar a la solidez, pero no debe ser rígida e inflexible, salvo que no le preocupe desembocar en la intolerancia. Los intransigentes no soportan la diferencia y atacan al otro, “incluso si ese otro es el mismo papa de Roma, a quien muchos, en los últimos tiempos, han llegado a atacar como falso, ilegítimo o anticristo”. Los integristas, a los que Olaizola llama con humor los “implacables”, se hacen notar en las redes sociales por su agresividad. Su objetivo es intimidar a las voces críticas, obligándolas a callar.
La casa de todos
Los escándalos que han salpicado a la Iglesia en las últimas décadas nos han recordado que la Iglesia es santa, pero también pecadora. “En ella conviven –escribe Olaizola- luz y sombra, pecado y liberación, trigo y cizaña”. Paradójicamente, estar en tierra de nadie, sin transigir con la intolerancia, la liquidez o el rechazo, no debe interpretarse como una desgracia, pues ese es el espacio de la búsqueda. El verdadero cristiano siempre es un buscador, un peregrino, y sabe que en su camino se topará con la duda y la frustración. La duda “no es enemiga de la fe sino aliciente para avanzar hacia una fe más profunda”. La Iglesia nos duele porque “nos duele lo que amamos”. Olaizola no rehúye los temas más peliagudos. Aboga por que la Iglesia Católica haga lo necesario para “escuchar y asumir lo femenino”. No es suficiente afirmar que el hombre y la mujer son iguales en dignidad. Hay que dar los pasos necesarios para que las mujeres se incorporen a puestos de responsabilidad en el seno de la Iglesia.
También hay que buscar la forma de que las personas en situaciones irregulares no se sientan excluidas. ¿Quién no tiene en su entorno amigos y familiares que viven en circunstancias hasta hace poco atípicas: parejas que no han formalizado su unión, divorciados que han vuelto a casarse o personas de orientación homosexual? La Iglesia debe acercarse a todos y abrir puertas, no cerrarlas. Tampoco hay que tener miedo a plantearse si son posibles dos amores en la vida de un sacerdote. Es decir, si la aspiración a formar una familia puede convivir con la tarea pastoral. En algunas cuestiones, no hay espacio para las dudas o las vacilaciones. La pederastia, un gravísimo atentado contra la libertad, debe ser erradicada sin contemplaciones. No está de más recordar que Jesús recomendó atarse una rueda de molino y arrojarse al mar antes que escandalizar o hacer daño a un niño.
La Iglesia debe ser “casa de todos”, no un club elitista. No hay que tener miedo a los conflictos. Cierta tensión es saludable. Olaizola manifiesta su rebeldía frente a la posibilidad de que su fe se vuelva rutinaria. Esa actitud no es incompatible con la paciencia. La Iglesia necesita tiempo para moverse. La paciencia es una excelente escuela. Nos enseña la importancia de la humildad y la necesidad de rehuir los fanatismos. Algunos se impacientan y preguntan por qué Dios no es más visible o incluso evidente, una presencia palpable, sin comprender que si fuera así, ejercería una coacción invencible y la vida humana se rebajaría a un acto de obediencia ciega, sin que existiera margen para la libertad. Otras veces la impaciencia se plantea por qué seguir en la Iglesia, por qué no abandonar una institución con innegables imperfecciones e insuficiencias.
Olaizola piensa que hay muchas razones para continuar. La Iglesia es algo más que un organigrama. Dentro hay infinidad de hombres y mujeres que hacen una gran labor, aliviando las heridas del cuerpo y el alma. Ellos son Iglesia y son portadores de la Buena Noticia. La Iglesia siempre ha sido plural y si los que anhelan cambios y reformas se marchan, se convertirá en un nido de intransigentes. Las conductas reprobables y anticristianas que se producen en el seno de la Iglesia no anulan su valor. Solo ponen de manifiesto la fragilidad humana. La comunidad que fundó Jesucristo se compone de hombres y mujeres, lo cual significa que no está a resguardo de la imperfección y el pecado.
Momentos de cambio
Algunos se escandalizan cuando escuchan palabras como “cambio” o “reforma”, pues presumen que la Iglesia es una realidad atemporal, olvidando que en un pasado reciente se aceptó la pena de muerte y la guerra justa, dos conductas que el Papa Francisco ha declarado profundamente anticristianas. ¿Qué es, en último término, la Iglesia? Un lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Un espacio donde el individuo vive en una dimensión comunitaria. Una mesa compartida y siempre abierta a todos. Un “hospital de campaña” donde se ama al prójimo, curando sus heridas y lavando sus pies fatigados. La Iglesia es un acto de amor, “una caricia”, tal como dijo Juan Pablo II. Olaizola no es ingenuo. Sabe que el mundo moderno le ha dado la espalda a la religión. Se puede interpretar este gesto como una desgracia, pero también como una oportunidad.
‘En tierra de todos’ es un libro que apuesta por el diálogo y el cambio, pero a mí –como laico- me hubieran gustado perspectivas más beligerantes en cuestiones como el sacerdocio femenino o el celibato opcional. La Iglesia funciona como una autocracia y pienso que debería democratizarse, abriéndose a la posibilidad de que los feligreses participaran en la elección de los obispos. Todo indica que las primeras comunidades funcionaban de ese modo. Esta forma de proceder contribuiría abordar los problemas de nuestro tiempo desde una perspectiva más cercana a la realidad. Creo que urge rescatar las valiosas aportaciones de la Teología de la Liberación. Figuras como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Ignacio Ellacuría, Hélder Cámara o Pere Casaldàliga han bajado al barro y han imitado el ejemplo de Jesús, que caminó con los parias y los marginados, sin miedo a escandalizar a sus propios seguidores. No hay que desperdiciar tampoco el espíritu renovador de Pedro Arrupe o la valentía de Hans Küng, que se ha atrevido a reflexionar sobre temas particularmente espinosos -como el aborto o la eutanasia- desde un punto de vista muy alejado de la ortodoxia.
Hace poco, Olaizola comentó que había que ser más contundente en cuestiones como el matrimonio homosexual. No es suficiente reconocer que esas personas tienen derecho a disfrutar de un entorno afectivo. Hay que bendecir esas uniones, señalando que el amor nunca es reprobable. Los inmovilistas no se cansan de chillar en las redes sociales. Su propósito es intimidar y frenar los cambios. No se detienen ante nada. Muchos insultan al papa Francisco y lo acusan de hereje y masón. Frente a eso, los católicos que opinamos de otro modo debemos ser más radicales, creando una corriente de opinión que respalde las reformas del Papa y le inviten a llegar más lejos. Pienso que ese es el camino. La fe de Olaizola se mueve en esa dirección y puede contribuir a que la Iglesia sea esa tierra de todos donde la grandeza se mide por la capacidad de amar y servir.