A mis soledades voy
De mis soledades vengo
Porque para estar conmigo
Me bastan mis pensamientos (Lope de Vega)
Nochebuena. Dios se hace hombre, para que la creatura , viva acompañada. Por fuera y por dentro. Emigra del cielo a la tierra. No está demás en estos tiempos salir de nuestros cascarones (cuando se pueda) y hacer nosotros también ese viaje “migratorio” que nos acerque y nos lleve a acompañar a tantas soledades de los que huyen y huyen. Tantas veces solos. Aunque “vayan en rebaño”.
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No es difícil hacer este viaje. Yo mismo y todos nosotros tenemos hemos tenido experiencias de soledad. Difícil trago. Sobre todo en estos tiempos de pandemia, confinamientos, cierres perimetrales… o por otras soledades. Incomprensiones, desagradecimientos, egoísmos en suma, de los que no quieren complicarse la vida con la soledad ajena.
Soledades forzadas
Es una tristeza que los encuentros navideños –aunque limitados de mil maneras– , tan pródigos en emotivos encuentros y reencuentros, abrazos e imaginativos recursos para el afecto con familiares y seres queridos, tengan el revés social de la soledad forzada que viven muchos inmigrantes. Hoy millones de personas han tenido que dejar sus hogares y sus gentes. Son solitarios que viven, lejos de sus seres queridos. Sin derechos y a veces sin vida que merezca la pena vivirse.
Los que vivimos en soledad por otras causas que no sean las migraciones tenemos más fácil emigrar hacia la posible y “otra” encarnacion. Esta es meramente humana y terrenal. Hecha de compasión y solidaridad, pero cerca de esos otros que huyen de los muchos Herodes y que caminan hacia los muchos Egiptos donde esconderse y crecer. Lo más cerca de ellos que se pueda.
Intentémoslo por un momento. Calcemos las sandalias errantes de tantas sombras –a veces fantasmagóricas– que recorren caminos y desiertos. Imaginemos brazos al aire solitarios chapoteando en el mar por la ruptura de una barcaza, o agarrados silenciosos en los bajos de un camión. ¡Que nadie los descubra! Solos y escondidos. Aprovechando la noche que oculta vidas y rebuscando hasta en la basura , fuera de miradas policiales, papeles reglamentados que no existen para muchos. A veces tan solos, ¡tan solos! que parece que no tienen ni identidad. Para ellos siempre es de noche. Y no precisamente noche santa. Como aquella que no “la debemos dormir”.
Algunos me decían que la noche es el momento más cruel y no solo a nivel psicológico para el inmigrante: . No me extraña. En mis noches solitarias, y supongo que en las de ellos con más razón, afloran los recuerdos, tocas casi con toda crudeza la soledad de los sueños rotos, la impotencia de tantos intentos recosidos para la comunicación , la compañía y la comprensión. Sueños a veces rotos por la magnitud de las equivocaciones o por los problemas y las soluciones que no llegan pero a los que debes hacer frente.
La soledad de los aislados
Soledades que se unen en el mundo de hoy a las de millones de otras personas que viven huyendo, emigrando. Solos en la noche de la vida. Arrimados a otros hombros y caminando al lado de otras huellas compañeras; pero rotudamente solos.
Pienso en la soledad de los padres, dramáticos casos, que han tenido que dejar a sus hijos pequeños en sus países de origen. Separaciones emocionalmente devastadoras. Aunque mucho más lo son la de los menores aislados –¡cuánto me cuesta escribir la palabra “menas”!, ¡Cuánto!–,
Estos días “familiares” me hace mucho más doloroso lo que lamentablemente se produce en muchas de nuestras sociedades: Con esa especie de tecnologías y habilidades legales que impedimentan e incluso, en muchos casos, anulan la reagrupación familiar, violando sistemáticamente no solo los derechos humanos sino los más elementales rasgos de humanidad y hospitalidad. Será que llaman a puertas sordas y mudas que no saben repicar los ecos. O los llantos de los que golpean las cancelas buscando vida. Noches también ciegas para los desahuciados de la vida.
Acompañar la soledad
La experiencia personal de la soledad es una desolación, de la que se sale por el resorte del acercamiento . Por propia iniciativa –las menos de las veces– que siempre es más difícil si además a la soledad se le añade algún tipo de depresión o de experiencia de sinsentido. O por iniciativa ajena (si el otro es sensible) que vence cualquier resistencia. Y que te ayuda a ver que la soledad vivida debe empujarte a acompañar –quizás a trancas y barrancas– y a acercarte a la soledad ajena que pueda vivir lo suyo. Y lo tuyo. Salir de lo que rumias en soledades angostas. En el deseo de salir de uno mismo y de la propia soledad se dan los primeros pasos para avanzar en la noche por esa grieta y quizás estaremos más cerquita, palpando en la noche , para tocar al otro . Y así avanzaremos al menos hacia los umbrales más cercanos de Aquel que es “MÁS OTRO”. Aunque sea más pequeño, desnudo y pobre. Pero que imantando, “tira” de nuestra soledad.
Nochebuena. Quizás un lucero. Es verdad que también hay soledades para enriquecerse. Es verdad. Soledades sonoras que diría Juan Ramón Jimenez. Que también existen. Aquellas que nos llevan separarnos no por desprecio sino para nutrirse de las hondonadas del propio ser, para enriquecerse con su conocimiento y el conocimiento interno del Otro. Hondonadas que se nos inundan a veces , con la llegada del Niño Amado que emigra hacia dentro de mi mismo. Es bueno recordarlas para saber que el agujero no es definitivo. Esas soledades consolatorias que en noches santas como la de la Nochebuena son la justa preparación para darse mejor.
Ahí sí : “No la debemos dormir, la noche santa no la debemos dormir”.