JUEVES. A punto de dar las campanadas. Nacho Cano al piano. Imágenes como homenaje a cuantos han luchado contra la pandemia. Se cuelan unos curas. No se cuelan. Está ahí por derecho. Y por expreso deseo del cantante. Entre ellos, Toño Casado y Vicente Esplugues, que se dejó la piel y unas cuantas lágrimas en el Palacio de Hielo. Aquella morgue que solo unos pocos atravesaron y que prácticamente nadie vio. Por si fuera poco, mientras canta, al artista se le ve colgada del cuello la cruz de un capellán del hospital de campaña del IFEMA.
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Tampoco es una casualidad. Presencia más que sutil de una Iglesia que también sale de los labios de Anne Igartiburu. Se acuerda, año tras año, de los 14.000 misioneros españoles. “Los primeros que llegan, los últimos que se van”. En uno de los mayores picos de audiencia del año. ¡Bravo!, aunque nadie se acuerde de ella cuanto toca repartirlo en forma de premio.
VIERNES. Hace unos días hablé con Paqui y no me dejó tranquilo. Me removió. “No es un tiempo muerto”, me comentó la misionera sobre la tentación de intentar sobrellevar la pandemia como si de una pastoral de mantenimiento se tratara. El peligro de que el miedo y la incertidumbre nos lleven a congelar todo plan y discernimiento hasta que todo esto pase. Cuando la vida sigue su curso. Y Dios sigue proponiendo. Atardece. Levanto la mirada del escritorio. Una grúa en construcción al fondo.
SÁBADO. Oración comunitaria de quienes no se quieren instalar en lo ya conocido. “Somos para buscar”. Los magos como aquellos que se lanzaron al camino, aun cuando la estrella permanecería oculta. Y estaba. ¡Vamos que si estaba!
DOMINGO. Acepto que suene a demagogia barata, pero me cuesta ver filas en las puertas de las tiendas para hacerse con los regalos de Reyes, mientras siguen las colas de quienes no tienen ni una sola esperanza que meter en su bolsa de la compra.
LUNES. Menos mal que lo vive con humor, porque cada día que pasa le colocan en una diócesis distinta. Tiene más novias que Julio Iglesias en edad de merecer. Aunque en su actual destino ni quieren que le muevan ni él ve oportuna la mudanza. No porque sean tiempos de tribulación ni de barbecho, sino más bien de apuntalar el proceso abierto. Para que no sea flor de un día. Para que aquello cuaje.