‘Ex oriente lux!’ –la luz viene de oriente– era la expresión que, al parecer, empleaban los romanos para saludar al sol naciente. Era una constatación de un hecho de la naturaleza: que el sol sale por el este. Sin embargo, la expresión ha servido, con el paso del tiempo, para expresar otras realidades de profundidad diversa.
No hay que excluir que algunos la emplearan ya, en aquella época del Imperio romano, para confesar la nueva fe que habían encontrado precisamente en cultos procedentes de Oriente, como eran la mayoría de los llamados cultos mistéricos, como el de Eleusis, con Deméter y Perséfone como protagonistas, o el de Isis y Serapis, o el de la Magna Mater –con Cibeles y Attis–, o el de Atargattis y Hadad/Baal, o el de Mitra, con gran influjo entre los soldados romanos.
Iluminado
Otros han empleado la expresión latina para referirse a la influencia o la importancia en Occidente de las religiones del Oriente Lejano, en particular del budismo, con su apelación específica a la iluminación (Buda significa precisamente el “Iluminado”).
También se han servido de la frase latina aquellos que han querido valorar la importancia de Mesopotamia (y Egipto) para comprender el mundo bíblico y, por tanto, toda la cultura occidental.
Asimismo tiene que ver con esta expresión latina la antigua costumbre cristiana de edificar las iglesias “orientadas”, es decir, mirando al Oriente. Era una forma de expresar la referencia fundamental a Cristo, Luz del mundo, de quien proviene la vida. (De igual manera, el templo salomónico de Jerusalén era un santuario “orientado”, ya que miraba al este, probablemente porque, en su origen, Yahvé era una divinidad solar.) Aunque la mayoría de las veces no caigamos en la cuenta, estar “orientado” –en cualquier faceta de la vida– es saberse en el camino seguro y tener la certeza de que no va a haber extravío alguno.
Estos días de atrás hemos tenido la oportunidad de disfrutar de algo que, a pesar de repetirse año tras año, no deja de cautivar y conmover: la celebración de la visita de lo divino a nuestro mundo. Los magos llegaban de Oriente precisamente para señalar que Dios había visitado a su pueblo de forma definitiva en la persona de Jesús de Nazaret. Una presencia no restringida a un pueblo o una cultura concretos, sino que podía ser percibida por cualquiera en cualquier situación o circunstancia.