Ya he escrito más veces sobre la facilidad que tenemos las personas devotas de desvirtuar la vida de los santos, quitando toda su intensidad y su camino espiritual, a veces de espinas, para dejarlo desbaratado y convertirle en un ser folclórico y casi ridículo. San Antonio Abad, llamado el Grande, le hemos hecho el protector de los animales de compañía. Y ha podido con él la cultura popular, ya que a su lado hemos colocado un cerdo con su esquila y todo, (por cierto, ahora también los cerditos vietnamitas comienzan a ser animal de compañía).
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Animales de compañía
¿Por qué el cerdo? Pues porque en la edad media, las cofradías, que sobre todo debían de cuidar de los pobres, huérfanos y viudas, el día de san Antonio soltaba por los pueblos un cerdo para que le alimentasen entre todos. El cerdito iba tocando su esquila, y la gente salía a la puerta a echarle las sobras de comida o restos de peladuras. Así entre todos lo engordaban. Esta costumbre no hace muchos años oí que aún se conservaba en la Alberca, en Salamanca. Y seguimos tirando de refranero, por san Martín, allá el 11 de noviembre, se rifaba y con el dinero que sacaba la cofradía se mantenía a los huérfanos y viudas sin hijos de la parroquia. De ahí, el día de san Antonio, que era el protector del cerdo callejero, pasó a ser de todos los animales, pero de los animales que servían para trabajar o se tenía que vivir de ellos.
Aún recuerdo de niño, que vestido de monaguillo, con sotana y esclavina roja y un roquete de puntillas blanco, acompañaba con el acetre (el calderillo del agua bendita) al señor cura de mi parroquia a bendecir cuadras y corrales. Se pedía la protección del santo para que no enfermasen la mula, la vaca, las dos o tres ovejas, el cerdo, los conejos y las gallinas… todos aquellos animales donde se apoyaba la economía familiar. Del mismo modo que cuando un parto de un animal venia mal, se le ponía una vela al santo. Era el que protegía nuestro sustento.
El santo de los seguidores radicales de Cristo
Pero, en cambio, san Antonio Abad, era un revolucionario que rompió con la sociedad establecida, y se retiró al desierto, como una manera crítica de vivir a fondo el Evangelio. En cambio, ¡el pobre! se ha quedado como patrón de animales de compañía en lugar de ser el santo de los seguidores radicales de Cristo. Animales de compañía que crecen desmesuradamente a la vez que la soledad de tantas y tantas personas o la falta de afectos por parte de los suyos. Esto sí que nos lo tendríamos que pensar, o si hay alguna cofradía de san Antonio ahora, volver los ojos a las soledades de este mundo y no tanto preocuparse de la bendición de estos cariñosos bichitos.
Leía un día que lo que se gasta en un mes en animales de compañía en Francia (imaginad que aquí más o menos) se puede podía erradicar durante un año el hambre en Etiopía y Eritrea. Y con lo que las naciones ricas gastamos en nuestros animales de compañía se solucionaría el hambre en el mundo. ¿No nos lo tendremos que pensar?
Dice san Evagrio, un eremita contemporáneo de san Antonio: “Del mismo modo que un atleta no puede conseguir la corona sin haber competido, tampoco un cristiano lo puede ser, sin luchar”. En este sentido San Antonio, llamado el grande, el padre de la vida monástica, se queja ante Cristo, después de grandes pruebas y sufrimientos: “Señor ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Por qué me has dejado sufrir? Yo estaba aquí, le dice Jesús, pero quise esperar a ver si eras capaz de luchar y superarlo tu solo. Si realmente hubieras necesitado mi ayuda no te hubiera abandonado”. ¡Cambiemos el corazón para cambiar el mundo! ¡Ánimo y adelante!