Hace unos días que el Consejero de Salud de la Junta de Andalucía comentaba que, por no tener las jeringuillas adecuadas, se estaba desperdiciando el ‘culillo’ de la vacuna contra el Covid-19. La palabra ‘culillo’ sonará fatal en ciertas latitudes, pero no sucede así en España. Eso sí, el término esconde algo de desprecio. Expresa que ese porcentaje, que sumando los de cinco dosis podría convertirse en la sexta, resulta despreciable. Sus palabras parecían mostrar que no se perdía mucho por desperdiciar esos mililitros, como si, por tratarse de una cantidad reducida, estuviera justificado que se perdiera. En estas circunstancias nos parece escandaloso el comentario, porque tenemos muy claro el valor de cada gota de esa preciada vacuna, pero no sucede así con otras muchas realidades.
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Despreciar lo insuficiente
Tendemos a infravalorar y despreciar aquello que no nos parece suficiente. Si no resulta útil para lo que queremos, solemos dejarlo a un lado sin ningún reparo. Sabemos que hay quienes perciben desde este parámetro a los demás e ignoran a quienes consideran que no pueden aportarles nada. Con todo, creo que es mucho más frecuente que nos suceda con nosotros mismos. Si no alcanzamos los objetivos que nos hemos propuesto, si no es suficiente para llegar a donde quisiéramos, acabamos considerando que nuestro esfuerzo no ha servido para nada. A veces olvidamos reconocer el valor de cada pequeño paso que nos ha acercado a las metas, por más que estas aún nos queden lejos. Desde esta perspectiva, la distancia que nos separa de aquello que desearíamos acaba pareciéndonos inmensa y corremos el riesgo de perder la perspectiva, incapacitándonos para valorar cualquier avance.
En cambio, el Dios en el que creemos tiene cierta querencia a preferir lo que solemos desechar. Lo tuvo que descubrir Samuel, cuando fue enviado a ungir al rey y se encontró que David era el menor y el ‘culillo’ desechable de entre todos los hijos de Jesé. Al profeta le costó entender por dentro eso de que el Señor contempla el corazón y no las apariencias (1Sm 16,7). También a nosotros nos corresponde afinar la mirada para reconocer el valor escondido de lo que parece despreciable. No vayamos a infravalorar los pasos dados y acabemos despreciando ese ‘culillo’ que nos salva la vida.