Desde que Adam Smith afirmó en el octavo capítulo del libro cuarto de su famosa obra la riqueza de las naciones que “el consumo es el único fin y objetivo de toda producción y el interés del productor merece ser atendido solo en la medida en que sea necesario para promover el del consumidor” esta ha sido una idea que ha hecho fortuna y que han repetido como un mantra otros economistas como John Maynard Keynes.
Quizá sea por ello que se nos ha definido como una sociedad de consumo. El hecho de consumir ha tomado protagonismo en nuestras vidas y toda la economía se enfoca al crecimiento económico para que tengamos más y ello pueda incrementar nuestro bienestar. Esto hace que creamos que estamos mejor en la medida que tenemos más cosas (a las que accedemos por el consumo).
Esta centralidad del consumo en el aspecto económico de nuestra vida tiene dos problemas graves. El primero es que hace que nos centremos en un tener que no siempre nos lleva a mejorar nuestro ser. No voy a referirme a esto hoy porque ya lo hemos analizado en alguna otra entrada de este blog. El segundo aspecto es que olvida que las personas no somos tan solo consumidoras, sino que también somos productores. Para poder consumir tenemos que tener ingresos y estos se logran, generalmente, produciendo algún bien o servicio para los demás.
Esto tiene una importancia clave porque si bien los bienes y servicios que compramos sirven mal a nuestro crecimiento personal, a nuestra autoestima o a nuestro reconocimiento social, aquello que nosotros producimos y aportamos a la sociedad sí que nos proporciona un motivo de satisfacción permanente, de orgullo por lo que hacemos, de posibilidad de colaboración en la mejora de la sociedad gracias a lo que ofrecemos a los otros.
Sabiduría ancestral
Esta es una sabiduría ancestral. Lo podemos observar en muchos de los apellidos actuales que hacen referencia a oficios realizados por alguno de nuestros antepasados: Herrero, Labrador, Panadero, Pastor, Escudero, Sacristán, etc. Aquello que hacemos por los demás en nuestro trabajo remunerado nos define, nos ayuda a ser más y mejor personas, nos da un motivo de orgullo, conforma nuestro ser y nos diferencia del resto.
Para construir un nuevo paradigma económico tenemos que darnos cuenta que lo importante, lo que nos ayuda a ser más y mejor personas, lo que nos puede aportar una mayor autoestima, no es tanto nuestro papel de consumidores, sino el de productores de algo que es útil para los demás y por lo que percibimos una remuneración adecuada.
Por ello deberíamos pasar de una sociedad de consumo a otra de productores en la que la prioridad no fuese tanto tener más, sino que todos gozasen de una ocupación que les permitiese aportar algo positivo a la sociedad y percibir lo suficiente para vivir de una manera digna.