Todo el mundo sabe por las noticias que Granada está siendo sacudida por constantes terremotos. Esto no es una novedad, pero si lo es la gran concentración de temblores en relativamente poco tiempo. Durante los años que he vivido en esta ciudad me he caracterizado precisamente por mí insensibilidad sísmica. Nunca he sido capaz de darme cuenta cuando la tierra se ha movido, y me solía enterar por comentarios y preguntas asombradas del tipo: “¿No lo has notado?”. Este no es el caso de la última temporada, en la que si he podido experimentar cómo el suelo se mueve bajo mis pies, por más que haya sido de manera tan leve que ni siquiera se ha movido ningún libro de la estantería.
Dicen qué es lo que nos está sucediendo se llama enjambre sísmico y consiste en una serie de temblores muy concentrados en poco tiempo, que descargan energía previniéndonos de un temblor mayor. Esto no significa que no se haya despertado cierta inquietud ante tal fenómeno natural, pues resulta muy inquietante sentir que el lugar que pisas no es sólido y que no te ofrece la firmeza necesaria. Esta misma sensación nos acontece en muchos momentos de nuestra existencia y sin necesidad de estar sufriendo un fenómeno sísmico. No resulta extraño que en un momento determinado aquellas realidades que considerábamos seguras y firmes, ese “suelo bajo los pies”, empiecen a moverse y a revelarse inseguras y mucho menos firmes de lo que hubiéramos deseado.
Roca o arena
Las convicciones, personas y creencias que eran los pilares de nuestra existencia pueden desquebrajarse y evidenciar su debilidad ante diversas circunstancias. Esta vivencia, por más que resulte desconcertante y desagradable, es la condición de posibilidad para que nos percatemos del material sobre el que hemos construido nuestra vida, si has sido sobre roca o sobre arena (cf. Mt 7,24-27).
Esta experiencia compartida por todos se encuentra a la base del modo hebreo en que se entiende la fe, pues el verbo hebreo que se emplea apunta hacia una realidad endeble y débil que se sustenta sobre un cimiento firme. De ahí que Dios sea la Roca (cf. Sal 18,2). Si los terremotos de Granada nos están permitiendo distinguir qué edificios han sido edificados adecuadamente y cuáles no, los movimientos vitales que sufrimos en distintas circunstancias también nos permiten valorar cuáles son los cimientos de nuestra propia existencia y decidirnos a reconstruirla sobre la firmeza de Aquel que es la Roca.