Terminamos el 2020 con cierto optimismo por el inminente comienzo de la vacunación contra el Covid-19. Había muchas expectativas puestas en que este proceso sería rápido, masivo y, en relativamente pocos meses, una gran parte de la población estaría inmune al coronavirus. El caso es que, en la práctica, son muchas las circunstancias que están complicando la cuestión. De hecho, yo calculo que a este ritmo, a mi edad, sin trabajar en primera línea y sin ostentar ningún cargo político, recibiré mi primera dosis en torno al 2030. Dejando a un lado las bromas y exageraciones, me resulta bastante bochornoso el modo en que algunas personas están aprovechando sus responsabilidades y su lugar de influencia para saltarse todo protocolo y recibir una vacuna.
Se ha convertido ya en un dicho eso de que “la mujer del César debe ser honrada y parecerlo”. Siempre, pero especialmente en estas circunstancias tan delicadas, se hace especialmente urgente recuperar esa necesaria ejemplaridad de quienes tienen una responsabilidad. El liderazgo, sea del tipo que sea, tiene esta doble responsabilidad. Quien está a la vista de otros debería tener una especial sensibilidad para alentar con su ejemplo los valores que proclama en sus discursos. No se trata de un elogio a la hipocresía, como si la invitación fuera a cuidar nuestro comportamiento solo por “el qué dirán”, sino una llamada a la ejemplaridad, a que nuestro modo de manejarnos por la vida sea educativo y aliente todo aquello que resulta acorde con los criterios que, como sociedad, quisiéramos defender.
Responsabilidad
Estoy segura de que, al leer esto, todos estamos pensando en ciertos personajes, de un sesgo u otro, que, a pesar de su carácter público, quedan lejos de nuestro día a día y a los que sería fácil sacarles los colores por alguna de sus decisiones. No tenemos reparo en criticar el comportamiento de alcaldes, concejales, militares o todos aquellos que, por ejemplo, han sido vacunados a destiempo aprovechando su posición, pero ¿qué pasa con nosotros? Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra porción de responsabilidad. Nuestro comportamiento cotidiano y las pequeñas elecciones que hacemos en el día a día son también contemplados por otros.
Somos llamados a vivir de forma honesta, que no es solo intentar hacer las cosas tal y como creemos que deberían ser, sino también asumir con humildad los errores cometidos y sus consecuencias. Y esto, a pesar de que nunca se vayan a conocer nuestras pequeñas o grandes incoherencias, porque, como advirtió Jesús, “quien es fiel en lo insignificante, lo es también en lo importante” (Lc 16,10).
Me temo que todos nosotros somos candidatos a comportamientos parecidos a aquellos que, con razón, denunciamos. No ser personajes públicos no nos exime de mirar con sinceridad y cariño nuestras pequeñas decisiones para tomarnos el pulso en esto de la coherencia vital y de la ejemplaridad. Aunque nunca daremos la talla como desearíamos, sin que seamos peores por ello, sí podremos darle el valor que realmente tiene la fidelidad en lo insignificante… nos toque o no vacunarnos.