Parece que parte del mundo confía en la sabiduría católica para la superación de la pandemia y la reconstrucción. Nunca en la historia de las democracias había habido tal confluencia de figuras católicas en el liderazgo político mundial.
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En Alemania, el sucesor de Angela Merkel, el cristiano-demócrata Armin Laschet, creció en escuelas católicas diocesanas y en el movimiento de estudiantes católicos. En 1991, trabajó contra los abusos sexuales en la Iglesia, por lo cual sufrió una sanción en su diócesis.
También se ha definido católico el presidente francés, el social-liberal Emmanuel Macron, que se formó con los jesuitas, como el primer ministro canadiense liberal-progresista, Justin Trudeau. También fue alumno de la Compañía el nuevo primer ministro italiano, el liberal Mario Draghi. Además, es miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.
Finalmente, el demócrata Joe Biden, segundo presidente católico de Estados Unidos, ha estado toda su vida ligado a la vida parroquial. A ellos se une el socialista António Guterres, secretario general de la ONU, otro católico confeso.
Signo de confianza
Si además recordamos que las encuestas confirman que el papa Francisco es el líder global mejor valorado, se puede dar por hecho que la responsabilidad pública de los católicos en el mundo es en esta década de 2020 especialmente significativa.
Ser católico no garantiza que sean siempre políticos justos, sabios o incorruptibles, pero sí es un signo de confianza popular en un tipo de sabiduría pública.
A pesar de la dura oposición de algunos medios al Papa argentino, todo ello indica un movimiento que históricamente compromete aún más a la Iglesia católica y aleja al mundo del peor populismo, relativismo y fundamentalismo.