Eswatini –también conocido como Suazilandia– es un pequeño país de África cuya extensión no sobrepasa los 17.364 km² de superficie. Está situado en el sur de África; su población no sobrepasa el millón cien mil habitantes; su economía se basa casi por entero en la agricultura y la explotación maderera.
Mozambique es otro país de Africa de 799.380 km² de superficie, situado en el sureste del continente; su población es de cerca de veintiocho millones de habitantes; el 45% de su territorio se dedica a la agricultura, pero el 80% de esa superficie es para agricultura de subsistencia; el resto de su economía depende de la pesca que, mayoritariamente, es para la exportación.
Malawi, nuestro tercer país, está también en el sureste de África y su extensión es de 118484 km² con una población de algo más de diecisiete millones y medio de habitantes; su economía se basa en la agricultura de subsistencia y solo un pequeño porcentaje es para exportación.
Ayuda que no llega
Estos tres países están siendo azotados por el Covid-19 como el resto del mundo, sin embargo, son tres ejemplos de cómo hasta lo malo puede ser peor en algunas zonas. En estos países no se ha podido hacer confinamiento porque no había diferencia. El resultado era el mismo por diferente causa. Si se confinaban morían de hambre; si no lo hacían morían de Covid-19. Optaron por intentar burlar al virus.
Según datos de la organización Médicos Sin Frontera (MSF), en Eswatini se notifican oficialmente unos doscientos nuevos casos al día; Mozambique tiene siete veces más casos que en la primera ola; en Malawi los casos de duplican cada cuatro días (recordemos la población de cada uno). No hay oxígeno, no hay nada. No llega –ni está previsto que llegue- ni una dosis de vacunas. MSF ofrece la logística necesaria para garantizar la cadena de frío que necesitan las vacunas.
En los países del norte, cuando se desencadenó la crisis del SIDA, las farmacéuticas invirtieron recursos y tiempo, es decir, muchísimo dinero, en busca del tratamiento que pusiera fin a aquella situación. No se ha conseguido la vacuna, pero sí los carísimos tratamientos que permiten que el SIDA sea una enfermedad crónica. Los países del norte podían pagar esos tratamientos.
La lepra, que casi no se da en los países del norte, sigue siendo una enfermedad mortal en la mayoría de los países del sur. Su tratamiento no supera el precio de un helado por persona, pero en los países en los que se da no pueden costear ese tratamiento y la ayuda no llega. Además se fabrican muy pocas dosis del tratamiento y solo para quienes las pueden pagar.
Celebrar la Pascua de verdad
Ahora tenemos vacuna para el Covid-19, ¿solo para los países que la pueden pagar? Hace unos días leí que en Europa el coste de las vacunas supone alrededor de 800 millones de euros, ¿de verdad no podemos permitirnos doblar el presupuesto y llevar las vacunas a los países donde no las pueden pagar? Con el control que requiera para que no caigan en manos de traficantes y desalmados que las vendieran en el mercado negro, pero ¿de verdad no podemos hacerlo?
Formulado de maneras distintas, todas las religiones comparten un mismo pensamiento: Trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti. Nadie elige el lugar de nacimiento, ni el país, ni la escala social, pero, si elegimos dormir con nuestra conciencia, ¿seguro que no nos dirá algo al desearnos buenas noches?
Abandonar a estos países y a sus habitantes a su suerte, no plantear si quiera su realidad en este momento crucial, ¿no entra en conflicto con nuestro deseo de conversión cuaresmal? No tengo nada contra la ceniza. Al contrario, nos recuerda que aquello que nos sirvió en un momento de fiesta –los ramos en la entrada a Jerusalén– acaba siendo nada, ceniza, y por eso estamos necesitados de conversión, sin embargo, ¿ceniza y olvido social de quienes no tienen recursos para la vacuna no deberían ir de la mano? Recordemos que la conversión no es solamente algo interior; es eso y el cambio exterior que produce cuando es sincera.
Cada uno por sí mismo poco puede hacer, pero además de ciudadanos somos seres humanos –y algunos creyentes– y, si no nos conmueve el dolor y la muerte de los inocentes y, al menos, no alzamos la voz para que su sufrimiento y su muerte no pasen de ser estadísticas, ¿cómo celebraremos la vida que se nos regala –a todos– en Pascua?
Celebrar la Pascua como si el sur y sus habitantes no existieran sería tan antitestimonio como hacer trampa y colarse para recibir la vacuna.