Siendo profesora de Doctrina Social en el último año de la escuela media y, para motivar una clase, les pedí a mis alumnos (todos varones) que dijeran lo que pensaran de la mujer. Estos jóvenes usaron toda su artillería y creatividad. Pasaron por irritante, loca, inentendible, consumista, linda, amorosa, importante, necesaria, impaciente, ansiosa, habladora, innecesaria, incomparable, inspiradora, memoriosa, histérica, protectora, amiga y también esos adjetivos que el lector está pensando y yo no cité.
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Otras opiniones
Finalmente, para iluminar el tema, les mostré lo que públicamente, decían otros varones sobre las mujeres. Varones que también cito aquí.
Ernesto Sábato, el gran ensayista argentino, elogia a la mujer en la persona de su esposa Matilde[1]. Con emoción evoca que ella lo apoyó siempre y escribe: “Matilde dio su alma y su vida por mí, por evitar que mis desalientos me llevaran a quemar todo lo que escribía. Fue siempre mi primera lectora, la más severa, pero la más cariñosa. Y siempre tenía razón. Su coraje no la hizo aflojar jamás sosteniéndome en mis penurias. Aquí, Sábato reconoce su propia emoción al reconocer el alma y la vida que esta mujer le dio a la suya. Hasta podría decir que gracias a Matilde yo puedo leer La resistencia, uno de mis libros favoritos. Siguiendo con el tema, el escritor concluye con un reconocimiento colectivo: Nos salvamos, una y otra vez, sobre todo por las mujeres; porque no sólo dan la vida, sino que también son las que preservan esta enigmática especie”.
Mijail Gorbachov, presidente de la Unión Soviética e inspirador de la Perestroika[2], lloró amargamente la muerte de su esposa Raisa. Sólo pudo decir se acabó todo, ella era mi vida[3]. Un hombre lleno de poder se siente sin vida ante la muerte de su esposa.
José “Pepe” Mujica, reconocido presidente y líder uruguayo y de América Latina comentó su historia de amor con su esposa Lucía Topolansky[4]: “Lucía me ha hecho la vida posible… Nuestra vida con Lucía es una dulce costumbre… somos compañeros, somos amigos… hay una cara femenina del acontecer, que si no existe estamos perdidos. No somos iguales, somos complementarios”.
El destacado actor argentino Ricardo Darín dice una y otra vez cuando se lo preguntan: No hay día que no le agradezca a Dios la presencia de mi esposa en mi vida.
Algunos testimonios más les presenté a mis alumnos y finalmente, luego de risas y comentarios, vimos que lo que descalificaron es menor, es secundario, forma parte de la fragilidad y lo importante es la sensibilidad y la fortaleza particular que la mujer aporta. La vida que le da a la vida. Considerar dejar de lado la competencia con el varón y mirar el complemento.
Algunos cuestionamientos
Franco, quien había aportado mucho, preguntó a todos: ¿Y por qué las matamos si las queremos tanto? Refiriéndose concretamente a los femicidios, Pablo, un simpático sin retorno, interrumpió diciendo que no era para tanto. Martín, sumamente lúcido y callado, les dijo que la pregunta estaba mal hecha que debía ser: ¿por qué nos matamos? ¡De nuevo una polémica!
Cuando logré que se escucharan, Rodolfo, el galán del curso, le pidió explicación a su compañero. Martín que se había quedado con la necesaria y enriquecedora presencia de la mujer no sólo en la vida del hombre, sino en toda la sociedad, además de esto concluyó que matar a una mujer (aún en el vientre de su madre) no es un femicidio sino un humanicidio. Se refería a que no sólo es un acto de quien ejerce la violencia (a quien no juzgaré ni me detendré aquí), sino de la educación, de los códigos sociales, del lenguaje. Y siguieron todos, con sus más y sus menos, enriqueciendo esta idea del suicidio de la humanidad.
Esta clase con mis varones en un Colegio de Deán Funes, una pequeña ciudad del interior de Argentina, me quedó especialmente grabada en el corazón[5].
¿Qué digo o qué no digo de ellas?
Hace un tiempo visité un parque temático referido a un gran sacerdote argentino del siglo XIX, santificado por su gente mucho antes que por la Iglesia. Con desilusión comprobé que, la única mujer que figuraba en la bonita representación de su vida, era su mamá. Él, que había tenido y valorado a sus hermanas, a sus amigas, a las mujeres de las capillas, a las religiosas, a las niñas. Que había abierto caminos para su educación y dignidad, se mostraba anémico de presencia femenina en su vida. Comparto lo que les dije, sobre lo que advertí, a los responsables del lugar: ¿nadie, en el diseño y la construcción del parque, se dio cuenta de que había solo una mujer y más de una veintena de hombres? Mucha gente quiere a este cura y visita a este lugar que con verdad, muestra las obras de él acompañado mayoritariamente de varones.
Me permito hacer esta reflexión: en una sociedad aún “varonista” y con una Iglesia clericalista; el que visita este parque, aún inconscientemente, alimenta la idea de la importancia de la voz masculina y el silencio femenino, de la imprescindibilidad masculina y la relatividad femenina, de la importancia del varón, sin mediar contexto, y lo accesorio de la mujer. De ahí a achicar su presencia, degradar su figura y matarla, física, psíquica o espiritualmente, no quedan muchos pasos. Invito a pensar otros ejemplos en donde no se muestran al varón y a la mujer en sus verdaderos lugares. A veces con silencios y omisiones se dice y se educa mucho más que con palabras y acciones, por ejemplo, en los nombres que se les da a nuestras calles y paseos.
El humanicidio del que hablaban mis alumnos es una pandemia, nos atraviesa a todos.
Finalmente pregunto al lector y me pregunto: ¿qué digo o qué no digo de ellas?
[1] Cfr. Sábato, Ernesto, Antes del Fin, Ed. Booket, Bs As, 2006.
[2] Parte de un Proyecto económico que provocó la apertura de la Unión Soviética generando la semilla de la disolución de esa unió y la caída del Muro de Berlín.
[3] Diario El País, Madrid, España, 7/10/1999
[4] Entrevista de la agencia AFP al entonces Presidente uruguayo, José “Pepe” Mugica: ‘Mi historia de amor con Lucía’, 2014
[5] Quizás también sea porque un año después, la novia de uno de ellos murió súbitamente por una cardiopatía congénita. Corrí a verlo, estaban todos sus compañeros, y llorando en mi hombro me agradeció haberle enseñado esta otra mirada.