La firmeza de la fe va más allá de las definiciones, tiene algo de indescriptible, como la grandeza divina de la que parte. Se realiza, sobre todo, en la práctica, forjándose cada día en el encuentro con el Dios trino, en el trato con los hermanos, en la celebración de los sacramentos, en la ayuda a los necesitados, en la percepción de los signos de los tiempos y en el cuidado de la creación. Tres aproximaciones complementarias nos pueden ayudar a captar aspectos centrales de lo que significa creer hoy.
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José Antonio Pagola advierte “que no hemos de confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios. Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del ser humano, su tarea y su destino último. Pero ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza última de nuestro futuro”.
Eduard Nagel ha definido la fe de esta manera sencilla y certera: “Fe poco tiene que ver con saber o no saber. Fe es una posición vital, una actitud. Yo creo en Dios, el Padre, en su Hijo hecho hombre, Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Esto significa: fundamento mi vida en el hecho de que soy hijo del Padre, que su Hijo es mi hermano y entre nosotros somos hermanas y hermanos y que existe un Espíritu Santo, que nos conduce y dirige, nos transmite consuelo y fuerzas, si nos confiamos a él” (‘Gottesdienst’ 6-7/2020, 79).
Luz en el sendero
El papa Francisco, recogiendo un texto de Benedicto XVI, nos indica en su primera encíclica dónde está el origen de la fe y las características más importantes que implica: “La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro.
La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte” (LF 4).
Nuestra actitud básica creyente consiste en entrar en relación personal con las tres divinas Personas. La fe propicia un acercamiento vital al misterio de la Trinidad, seguido de un diálogo de amor, inspirado por el Espíritu. Precisamente “esto es la fe: acoger a este Dios-Amor, que se entrega en Cristo, que hace que nos movamos en el Espíritu Santo; dejarnos encontrar por Él y confiar en Él. Esta es la vida cristiana. Amar, encontrar a Dios, buscar a Dios; y Él nos busca primero. Él nos encuentra primero” (Francisco, 7 de junio de 2020). Confiar incondicionalmente en el amor divino constituye el fundamento inconmovible de nuestra fe.
Mirada y acogida a la Trinidad
Antes de que el creyente llegue hasta el Padre-Madre, el Hijo y el Espíritu Santo ya están llamando a las puertas de nuestro corazón. Quieren intimar con cada uno, para compartir festivamente mesa y mantel (cf Ap 3, 20). No se cansan de tendernos las manos, de arrimar el hombro ante las dificultades y de ayudarnos en las debilidades.
La mirada a la Trinidad, que se acerca con su condescendencia, y la correspondiente acogida nuestra, constituyen el hecho más determinante de la fe, dando paso a la adoración, bendición y acción de gracias, en un despliegue de sentimientos y emociones que llenan la propia interioridad.
Cuando somos conscientes de este acontecimiento, que puede repetirse una y otra vez, somos capaces de exclamar: “¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!”. Esta breve doxología, nacida de la entraña misma de la fe, se vuelve poco a poco devoción y pasión, admiración y entusiasmo, exaltación y alabanza, sobrepasando nuestro pensar, sentir y actuar.
Salmo de un gran creyente
Leer en clave trinitaria el Salmo 139 (138), escrito por un gran creyente, significa tanto como ponerse delante de la presencia amorosa del Padre y del Hijo, que lo llenan todo, y dejarse guiar por el impulso del Espíritu: “Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino, todas mis sendas te son familiares… Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce agradecida… Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno” (1-3.13s.23s).
Cuanto más presente se encuentra el Dios trino en cada uno de nosotros, más se fortalece y crece la fe. Su actuación desbordante siempre nos precede, y excede cualquier planteamiento propio. Cuanto más obren las tres divinas Personas en nuestro yo consciente, más percibiremos el tesoro que supone habernos dejado encontrar por su amor.
Nada más preciado que situarnos ante el Padre como hijos, relacionarnos con el Hijo como hermanos y adquirir el aliento vital, que nos inspira el Espíritu, concediéndonos una seguridad y confianza que calma las inquietudes, disipa los miedos y logra vencer el mal. (…)
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Índice del Pliego
I. ¿QUÉ ES LA FE EN SÍ MISMA?
1. Acoger y vivir la Trinidad
2. Dejarse guiar por la luz de la Trinidad
3. El proceso ascendente de la fe
II. LAS MEDIACIONES DE LA FE
1. El gran mediador de la fe cristiana
2. Las mediaciones de la Iglesia
3. La mediación del cosmos
III. EL ITINERARIO DE LA FE
1. Palabra de Dios y sacramentos
2. Fe, esperanza y caridad
3. Fe y contemplación
IV. ¿CÓMO AHONDAR EN LA FE DURANTE ESTA CUARESMA DE 2021?
1. Afecto y conocimiento
2. La concreción de la fe
3. Desenlace: testimonio personal de fe