Mano derecha de Juan José Aguirre en Bangassou, después de tres años como obispo auxiliar, el comboniano español Jesús Ruiz Molina ha sido elegido por el Papa para pastorear otra diócesis que conoce muy bien: M’Baïki. Desde allí, como siempre, tratará de sanar las heridas latentes en su amada República Centroafricana.
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PREGUNTA.- ¿Cómo se despide del sufriente pueblo de Bangassou, al que tan bien conoce y que lleva años padeciendo todo tipo de violencias desatadas?
RESPUESTA.- Más que palabras, lo que queda es el testimonio de la presencia y cercanía de la Iglesia. Cuando todos se han ido y se han puesto a salvo, nosotros nos hemos quedado compartiendo dolor, atropellos y esperanzas. El amor no tiene lógica ni entiende de raciocinios u oratorias. Dios se ha hecho humano y, desde entonces, el amor es cercanía y fragilidad. Pero el amor verdadero duele muchas veces y está tatuado en los corazones; muchas veces, con los colores de la impotencia, los desgarrones, la humillación… y bendecido con lágrimas en los ojos.
Ese amor es más fuerte que la muerte. Por ello, pese a la violencia, no podemos anunciar otro Evangelio que el del amor y la reconciliación, que pasa por la justicia para nuestro pueblo como preámbulo de la ansiada paz. “Justicia y paz se besan”, dice el salmo. Luego vendrán la reconciliación y el perdón como un don de Dios, pues musulmanes, cristianos y animistas estamos llamados a vivir juntos en este precioso país. Dios no nos ha olvidado. Se complace en su pueblo y está enamorado de nuestra humanidad. Por eso, siempre les digo: “Tu Dios bailará por ti”.
Abrazando al agonizante
P.- ¿Qué imagen simboliza su misión en esta tierra mártir?
R.- Una imagen que me ha acompañado en estos ocho años de violencia es pensar nuestra presencia como quien está en la cabecera de la cama de un enfermo terminal: allí, cogiéndole la mano, sin apenas palabras, acariciando al ser querido que se nos va… Así me he sentido yo tantas veces acompañando a este pueblo.
Estos tres años como auxiliar de Bangassou los he pasado viajando y visitando las comunidades cristianas expoliadas, abatidas y abandonadas. Las distancias son enormes y muy a menudo tenemos que utilizar avionetas. En cada parroquia me quedaba dos o tres semanas compartiendo su vida, allá donde nadie, ni el Estado, ni la prensa, ni los humanitarios se hacen presentes. Quedarnos con ellos, compartiendo cama y comida, visitando su dolor, animando sus esfuerzos por la paz y la reconciliación, sintiendo la impotencia de tantos atropellos, rezando, buscando una salida, celebrando con alegría nuestra fe…
Cuando me parecía estar perdiendo el tiempo, sin hacer apenas nada, me venían a la mente esas palabras del Maestro: “El que pierde su vida por mí y el Evangelio la encontrará…”. Cada vez que llegaba al aeropuerto en tierra batida, la alegría y los cantos de los cristianos que nos acogían nos daban fuerzas, sintiendo que nuestra presencia era seguridad y fuerza para ellos. Merecían la pena tantos esfuerzos: visitar los campos de refugiados, llevar algún medicamento a los enfermos, crear esperanza abriendo la escuelas o creando proyectos de microcréditos con las mujeres refugiadas, rezar con los enfermos, tomar el pulso del dolor codeándonos con las familias empobrecidas… Y hasta, si se terciaba, poder contactar con los grupos violentos.
P.- ¿Qué realidad le espera en M’Baïki? Y, al mismo tiempo, ¿qué pueden esperar los hijos de esa tierra de su nuevo obispo?
R.- Conozco bien M’Baïki pues trabajé allí nueve años. La realidad del país es muy similar en todas las regiones. En la actualidad, el 80% del territorio nacional está en manos de los más de 15 grupos rebeldes… De las nueve diócesis, siete están sumidas en una violencia extrema. Los atropellos a la dignidad humana no tienen límite; todo está por reconstruir: escuelas, hospitales, iglesias, edificios de la administración… Pero la tarea más ardua la tendremos en reconstruir y curar los corazones que han sido salvajemente desgarrados. El odio y la venganza han ganado mucho terreno. Con el Evangelio en la mano, no podemos sino ir contra corriente y trabajar por una cultura de la paz y la reconciliación; mirar al musulmán como hermano… Esto no es popular hoy en Centroáfrica.
Además, en M’baïki vive la mayor concentración de población pigmea-Aka del país. En mi anterior estancia tuve una gozosa experiencia de trabajo y acercamiento a esta minoría étnica que vive, muchas veces, en condiciones de semiesclavitud. Como Iglesia, no podemos estar al margen de este pueblo olvidado y vejado, considerado muchas veces como no pueblo, no personas…
Otro punto importante será todo lo que toca la dimensión por la justicia y la paz, requisitos indispensables para rehacer nuestra sociedad. En estos momentos, todos los musulmanes huyeron de la región de la Lobaye, donde se sitúa mi diócesis, y están esperando regresar a sus casas y sus negocios, que les fueron arrebatados. Trabajar por esta fraternidad universal, fuera de los límites eclesiales, es hoy un imperativo de la misión.
No me veo como Jonás, que tuvo el encargo de anunciar el castigo de Dios a Nínive si no se convertían. Más bien, me atrae la imagen del buen pastor que va a buscar a la oveja que se perdió, a la herida, y que, lleno de alegría, carga con ella. Pido a mi gente que rece por mí para ser, junto a tantos agentes pastorales que lo dan todo, ese buen pastor para este pueblo tan perdido y tan herido.
Tras las huellas de Comboni
P.- A Aguirre y usted les une el espíritu comboniano. ¿Qué palabra tendría hoy para los centroafricanos Daniel Comboni, quien dio la vida por “la regeneración de África”?
R.- Comboni ha inspirado mi trayectoria misionera en África, que ya dura 33 años. El símbolo que escogí para mi episcopado refleja al crucificado, que ha desclavado un brazo de la cruz para abrazar a Comboni, quien sostiene en sus manos el África, que se convierte en el corazón de ese crucificado. De ese África sale sangre, que es el corazón traspasado de Jesús. Las palabras que acompañan mi episcopado son: “Me amó y se entregó por mí”.
Esa simbiosis apasionada entre Dios y el hombre latía en Combini. Pasión por Dios, por la que aseguraba que el misionero tiene que tener “los ojos fijos en Jesús, amándole tiernamente, e interrogándose qué quiere decir un Dios muerto en cruz por Amor”. Pasión por la humanidad, que él tradujo en una unión esponsal: “África siempre fue el primer amor desde mi juventud… Si tuviera mil vidas, las mil las entregaría por África”.
En una situación de hambrunas, esclavitud y miseria, Comboni mantuvo un optimismo cristiano frente a su amada África: “Veo un futuro feliz para África”. África vivirá.
P.- Hace unos años, en un momento muy duro en Bangassou, Francisco le escribió una carta para reconfortarle. Además de que ya pisó en 2015 República Centroafricana y conoce bien la situación del país, ¿qué futuro espera el Papa que se concrete para todos sus ciudadanos?
R.- Las palabras del Papa fueron reconfortantes y siguen siendo muy actuales: “Estamos llamados a contrarrestar la violencia, que tiene su origen en el Maligno, con el amor y la misericordia. Esta es una de las tareas del obispo: ser protector de los débiles, impulsor de reconciliación y depositario de la esperanza. Confiando en Jesús, te animo a seguir adelante con fe y esperanza, a ser un pastor cercano a tu gente, un padre y hermano con mucha mansedumbre, paciente y misericordioso”.
Meses después, le encontré por primera vez en Roma y, cuando me identifiqué, se echó a reír y me lanzó cariñosamente: “Ah, tú eres aquel que eché al foso de los leones…”.
Francisco es esa alegría del Evangelio que deja su fragancia por donde pasa. Cuando vino a abrir la puerta de la misericordia en Bangui, nos invitó a “pasar a la otra orilla”, para salir de nuestros odios, venganzas y tribalismos y construir esa “fraternidad universal” de ‘Fratelli tutti’. El sueño del Papa, que yo hago mío, es que musulmanes, cristianos y animistas podamos vivir en paz, apreciándonos y respetando nuestras diferencias. Que la situación de muerte, miseria y descarte que vive nuestro pueblo se traduzca en vida.
Media vida en la misión
P.- ¿En qué se diferencia hoy del comboniano que dejó Burgos para embarcarse en la gran aventura africana?
R.- África me lo ha dado todo y ha forjado mi manera de ser y de situarme en el mundo, mi lógica humana y la orientación de mis opciones en la vida… África me ha desvelado ese rostro humano de Dios; y ha purificado, muchas veces al crisol, mi manera de creer en ese Dios. África es pura vida, está llena de Dios. Te seduce, te ama y, no pocas veces, te hiere el corazón. Hoy, con 62 años, de los cuales llevo 33 en África, me siento enamorado de Jesús y su Evangelio y seducido por África, caminando de la mano de ese maravilloso pueblo.