Cuando procuramos con toda nuestra fuerza seguir a Cristo en nuestras actitudes, pensamientos y criterios, nos convertimos en el jamón del sándwich de conservadores y progresistas, recibiendo críticas y descalificaciones de ambos lados. Y es que ser cristiano no es adherirse a los partidos, posiciones o grupos de este mundo, sino intentar ser fiel a la voluntad amorosa y libre de Dios Trinidad y pertenecer solo a su corazón.
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Recuerdo con profunda alegría lo mucho que me interpretaron dos libros de José María Rodríguez Olaizola: ‘En tierra de nadie’ y ‘En tierra de todos’, aludiendo a muchos cristianos que buscamos una pertenencia en la Iglesia y en el mundo. Es parte de nuestras necesidades básicas querer ser aceptados por “el grupo” y pertenecer a una patria, familia y comunidad claramente definida, con valores y un rayado de cancha que nos ordene y oriente. Sin embargo, seguir los criterios del amor y de la libertad que nos enseñó el Señor implica un desarraigo de casi todas las estructuras e instituciones humanas y un heroísmo para recibir críticas de todos los frentes por permanecer fieles a su espíritu.
“Ni momia ni comunacha”
En Chile se denomina peyorativamente “momios” a todos aquellos que adhieren a una ideología de derecha, conservadora y elitista. Por otra parte, se les llama “comunachos” a todos los que se identifican con líneas de izquierda y una agenda revolucionaria y liberal. Siendo los dos opuestos de un péndulo, no deja de sorprenderme cómo he recibido ambos descalificativos con mucha frecuencia, dependiendo de dónde y con quién me encuentre. Y es que, tratar de ser del partido de Dios Trinidad, implica un riguroso discernimiento y autoeducación constante para tomar decisiones lo más coherentes posibles para amar y servir a las personas en primer lugar, lo que no es nada fácil en el contexto actual.
En tiempos de incertidumbre y confusión como los de hoy, se acentúa la necesidad de tener avales, seguridad, “espaldas” donde guarecerse y apoyar, pero seguir a Cristo es quedar a la intemperie total. Solo queda orar y confiar en la palabra de Dios y en la convicción de que Él nos protegerá.
Coletazos y bendiciones de esta militancia tan particular
Lo primero que es necesario aclarar es que ser de Dios no es un mérito ni una condición, tampoco una certeza espiritual; solo un anhelo de muchos que hoy buscamos una brújula para poder navegar y discurrir cómo ser cristianos de verdad. Sin embargo, asumir esta militancia tiene consecuencias o “coletazos” que debemos hacer conscientes para fortalecer nuestro espíritu y no renunciar a medio camino por agotamiento o fragilidad.
Lo primero y más evidente es la soledad y la percepción de ser un bicho raro frente a los que se amoldan con partidos o grupos con docilidad. Nos pasa en nuestras familias, trabajos o comunidades. Vemos los contrastes y definiciones con tanta nitidez que no sabemos dónde ubicar nuestros matices y grises sin conflictuarnos o conflictuar. Lo lindo de esto es que, al andar, nos vamos dando cuenta que son muchos los que peregrinan por el mismo camino y que su diversidad de carismas e historias es un regalo para la humanidad.
Asumir nuestra ignorancia
Lo segundo es asumir nuestra ignorancia frente a miles de temas y puntos de vista de otros que no podemos juzgar a buenas ni primeras. La realidad es altamente compleja y exige rigurosidad y tiempo para comprenderla con seriedad. Nada es blanco ni negro, y eso implica muchas veces desandar caminos y/o desarmar creencias que aprendimos en la infancia. La bendición, una vez más, viene dada por la riqueza de “solo sé que nada sé” y que no podemos juzgar a nadie, sino acoger con misericordia y bondad.
También ir por el camino propio de Cristo significa oprobios, descalificaciones, injusticias y muchas veces difamaciones y calumnias contra nosotros por parte de los demás y dudas profundas en lo personal. Es navegar siempre por un río turbio y dramático; es una tensión permanente que a veces agota y donde tienta la zona de confort donde otros piensen y te digan qué hacer y dónde estar. Sin embargo, ser cristianos nos reconforta con la coherencia y paz interior.
Sabernos de una línea (la de Dios, que es llena de vueltas y laberintos) que va generando respeto en los demás y en nosotros mismos por nuestra autenticidad y autonomía para vivir; nos vamos volviendo “señores/as de nosotros/as mismos/as” sin que nada ni nadie nos pueda doblegar. Podrán no estar de acuerdo con nosotros, pero reconocerán un digno rival.
Remediales y ayudas “partidistas”
Pensar, sentir y actuar con libertad interior no es algo que se logre por magia o por don; exige de parte de nosotros formación, disciplina y mucha oración para poder dialogar con Dios y escuchar su voluntad para nuestra vida y la de los demás. Para eso, algunos medios nos pueden ayudar:
- Un saber riguroso: habrá que destinar tiempos concretos y definidos para estudiar los temas contingentes y trascendentes para formarnos una opinión y actuar por convicción.
- La apertura: jamás cerrarnos a otros puntos de vista, posiciones e ideas, ya que eso no es “cristiano”. En todas partes sopla el Espíritu Santo y de todos podemos aprender algo, más no sea por contraste.
- La ascesis: todos los días habrá que hacer un entrenamiento del espíritu para que se ordene, purifique, nutra y fortalezca en Dios/Amor. Permanentemente, debemos ir a nuestro templo interior y beber de la fuente de vida eterna que nos habita para poder compartirla a nuestro alrededor.
- La oración: conversar con Dios permanentemente y tratar de imitar sus criterios, pensamientos y acciones es requisito fundamental. Practicar todas las modalidades existentes de oración es altamente recomendable, pero en especial el silencio y la contemplación para poder oír mejor su voluntad.
- El discernimiento: solo con las prácticas anteriores podremos ponderar en cada circunstancia cuál es el bien mayor, cómo puedo amar y servir mejor a los demás y tener el modo más humano y divino posible emulando al Señor.
Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo