Los viejos vemos a los actores sociales que van surgiendo. Cuando jóvenes los veíamos adelante, ya ascendidos, y lucían más imponentes. El sitio desde el cual observamos condiciona nuestra observación. Por eso trato a mis 81 años de controlar mi subjetividad. Pero ¡ni modo! sigo sintiendo difícil el tiempo presente.
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Solo hace 30 años con la Caída del Muro de Berlín, muchos veíamos el futuro con grandes expectativas. No solo Fukuyama con su extrema concepción del fin de la historia consideraba que se estaba dando un gran consenso en libertad, democracia, estado de derecho, globalización.
Pero la historia es terca, caprichosa y gusta de llamarnos a los humanos a reconocer con humildad nuestra ignorancia.
La historia del hombre
Hemos vivido en este siglo XXI una magnificación del relativismo contra el que tanto nos ha prevenido el Papa Benedicto XVI. No solo la ciencia se reveló en el renacimiento contra sus dogmas históricos, sino que ahora las normas de conducta y los valores básicos de nuestra cultura se tornaron relativos y sujetos a los vaivenes de la moda que Mario Vargas Llosa ha llamado la civilización del espectáculo.
Y en nuestros días se pretende relativizar hasta los hechos. Con los algoritmos de las redes sociales que nos separan en grupos de similar pensamiento en los que predomina las voces más radicales, las paparruchadas (fake news), dan cabida a los “hechos alternativos.”
También se ha dado un importante aumento en la desigualdad en muchos países incluido el mío que ha ido a contrapelo de los de América Latina y, además, muchas personas se sienten solas y desarraigadas por los cambios sociales experimentados en la vida de familia y en la comunidad.
En las últimas dos décadas del siglo XX en América y Europa se dio un extraordinario avance de la democracia y del instrumental internacional para proteger los derechos humanos, y se profundizó el intercambio internacional.
Pero, después de la Gran Recesión, el aumento de la desigualdad, el desarraigo, la desinformación y radicalización de las redes sociales han generado frustración y enojo de una gran parte de los ciudadanos; ha venido creciendo el desencanto en la democracia; se ha perdido el aprecio por ella, por la libertad, por el estado de derecho, por la globalización; y ha disminuido la confianza de las personas en los partidos, los políticos, los gobernantes y en general en las élites.
Claro, la pandemia del Covid-19 vino a magnificar estas disruptivas tendencias. Se agrava el miedo y aumenta la incertidumbre que, si no son detenidos por un valladar de fe y esperanza, pueden desencadenar violencia destructiva como ocurrió entre las dos guerras mundiales.
La ‘Fratelli Tutti’ como respuesta de fraternidad social
El Papa Francisco levantó la respuesta constructiva de la Iglesia con su encíclica ‘Fratelli Tutti’ que tiene un muy claro eje central: el mandato del amor que nos llama a todos en nuestra actividad personal a ser “prójimo”, como el samaritano de la parábola, pero que igualmente nos convoca a todos a procurar el bien común en nuestra participación en sociedad. Evidentemente este mandato se aplica de manera muy especial a políticos, dirigentes y formadores de opinión.
El Papa Francisco nos recuerda la importancia de vivir la fraternidad, el llamado del triduo de la Revolución Francesa dejado de lado por sus proponentes y -desde entonces- por muchos movimientos políticos. No solo importan la libertad y la igualdad. Los hechos que con la verdad debemos enfrentar deben movernos a la fraternidad, a actuar con base en el amor a nuestros semejantes.
Sin fraternidad es muy difícil que recuperemos la fe y la confianza. Como nos lo señala el numeral 77 “Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos…Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien”.
Escrito por Miguel Ángel Rodríguez Echeverría. Expresidente de Costa Rica y Exsecretario General de la OEA