Muchos de nuestros países latinoamericanos han celebrado durante estos años el bicentenario de su independencia, no ha sido un camino fácil, en mayor o menor medida, la historia demuestra como es necesario aprender de los errores para no cometerlos nuevamente.
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En estos doscientos años, la democracia ha sido una de las más importantes conquistas, sin embargo, siguen habiendo situaciones en las que pareciera no haber sido así. En pleno siglo XXI convivimos con países que no tienen ningún tipo de resquicio de democracia, reconocidos y aplaudidos, incluso por sus vecinos.
La matemática de la política
Uno de esos errores de cálculo es concentrar todo el poder en un único personaje. La bibliografía lo llama caudillismo, mesianismo, es decir, el creer que toda la responsabilidad debe caer en una sola persona, en una especie de personalismo único capaz de resolver todos los problemas. El marketing político tampoco ayuda mucho, pues a veces los argumentos para ganar votantes brota de la mera emoción sentimental del corazón y la esperanza, y no desde la racionalidad de construir una sociedad más justa.
Pero el asunto no es solo el personalismo, que en algunos casos es acompañado del presidencialismo, un especie de monarquía contemporánea, se suma también que muchas veces se les otorga el poder absoluto a esa persona con la mayoría en los parlamentos y congresos, con lo que se corre el riesgo de perder un contrapeso fundamental para cualquier acción sana de gobierno.
La misma concepción de la democracia como poder de la mayoría, mina la profundidad del término y la necesidad de reconocer no solo a la mayoría, sino sobre todo a las minorías, y lo que éstas pueden aportar.
El camino es la suma de todos
La Doctrina Social de la Iglesia propone el principio del Bien Común como fundamento de la actividad política, es decir, concebir el hecho de gobierno no únicamente desde la mayoría legítima, sino en un ejercicio de inclusión de las minorías, en reconocimiento de todos.
Los gobiernos “están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva de todos los miembros de la comunidad, incluidas las minorías” (CDSI 269).
Este quizás es la clave de cálculo que hace falta hacer, reconocer las minorías y trabajar en función de todos. Pero también la posibilidad de que los ciudadanos comprendan que el contra peso de esa minoría en la distribución del poder será garantía de efectividad de políticas realmente inclusivas, en pro del Bien Común.
Por ello, la responsabilidad es de ambas partes, los electores deben ser garantes de un verdadero equilibrio de las fuerzas políticas, y los gobiernos en no atropellar ‘en nombre de la mayoría’ a aquellos que no los acompañan en su visión de país.
Un Papa latinoamericano que habla de su experiencia
El Papa Francisco lo ha dicho: “En Latinoamérica hay gobiernos débiles, muy débiles”, pero no débiles porque no tengan fuerza militar. En las últimas décadas varios países se han destacado por el aumento del presupuesto para armas y seguridad. La debilidad está en no reconocer a las minorías y en trabajar por el Bien Común.
En ‘Fratelli Tutti’ hay una advertencia que emerge de la experiencia del Papa latinoamericano, la mala política que se da cuando se concibe la función pública como la “habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder” (FT 159).
No es más que una instrumentalización del pueblo para un proyecto político personalista, nacionalista, que ensalza los valores culturales propios, y que al término exigirá sumisión absoluta, para perpetuarse en el poder. Sin mencionar nombres, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Democracia para todos
Por ello, la mejor forma de salvar la democracia de América Latina es hacerla fuerte, con instituciones sólidas pero con ciudadanos conscientes que tienen en sus manos la posibilidad de construir una sociedad para todos, inclusiva, y no calculadamente equivocada, solo para la mayoría.
No en un mesianismo estéril, que luego exigirá sumisión, sino en el control social para exigir resultados reales. Sobre todo con la posibilidad de la alternabilidad y que pueda preverse cambios que desarmen el personalismo uniforme, es decir, en entender el hecho social desde la pluralidad y la diversidad necesaria, para que cada uno pueda dar lo mejor de sí.