(José Ignacio López-Periodista argentino del diario La Nación) El rumbo fue fijado hace unos meses en Aparecida y estampado quedó en el Documento final de la asamblea de los obispos de América Latina y el Caribe. Pero sólo las acciones que recojan con fidelidad esa voluntad de cambio y transformación certificarán si, como todo indica, el encuentro realizado en el santuario de Brasil es un hito en la vida de la Iglesia en el continente. Poner a la Iglesia en estado de misión es el propósito fundamental. Desde afuera y no pocos desde dentro de la Iglesia se han sentido inclinados a confundir ese propósito de recuperar el sentido inescindible del discípulo-misionero, con una suerte de campaña de marketing para recuperar la clientela perdida.
El propio Documento de Aparecida optó por la claridad para evitar los atajos de los que pueden creer que el fenomenal cambio de época y la transformación cultural que en muchos sentidos nos desconcierta y siembra incertidumbre ya pasará y todo volverá a ser como antes.
El estado de misión que se propone no será transformador, fervoroso y permanente si no se modifican las estructuras de las diócesis, parroquias, movimientos y de todas las instituciones católicas. No se trata de una reorganización administrativa: Aparecida invita a tener la valentía de destruir todas las estructuras que no sirven a la misión o sólo fomenten un cristianismo cerrado, cómodo, individualista e intimista. Expresamente se llamó a dejar de lado las estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de la fe. No es poca cosa. Es bueno prestar atención a todos los indicios. Y el que está a las puertas no es de los menores. En los primeros días de marzo, en Bogotá, se reunirán los presidentes de todas las conferencias episcopales del continente precisamente para ahondar en ese rumbo fijado por Aparecida.