Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El autocuidado: el amor de tu vida también eres tú


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Somos muchos los que genuinamente queremos hacer el bien y ayudar a dejar el mundo mejor de lo que estaba al llegar. Sin embargo, esta vocación tan bella, a la que todos estamos llamados para autotrascender y cuidar la comunidad, debe contar con ciertos cuidados que, por múltiples razones, la mayoría de las veces dejamos pasar.



Si fuésemos un coche, ¿cómo está hoy nuestro estanque de combustible bio-psico-espiritual para seguir ayudando y cuidando a los demás? ¿Nos hemos detenido a revisar cuánta presión tienen nuestros “neumáticos”? ¿Cómo está el filtro de aire para respirar paz? ¿Cómo está nuestra combustión interna? ¿Cuándo fue la última vez que fuimos a un “taller mecánico”? Probablemente, la mayoría estaríamos llenándonos de excusas y promesas que postergaremos una y otra vez hasta que nos encontremos a punto de desmayar.

Lo que hay detrás del descuido personal

Si vemos que estamos agobiados, cansados, durmiendo mal, desesperanzados, sin fe ni esperanza, que nos queremos rendir y que, física y emocionalmente, lo que estamos viviendo nos supera, es muy importante mirar más allá del ombligo personal. Si estamos respirando el aroma amargo del fracaso, la desesperación, la irritabilidad y la tristeza, no nos podemos culpar a buenas ni primeras, ni menos echarnos a morir nada más.

Es vital, para cuidarnos, ser conscientes de que atravesamos, como planeta, humanidad, país, comunidad, familias y como seres humanos singulares, una situación de estrés inédito y universal. A eso se agregan la extensión en el tiempo que acumula malestar, la incertidumbre de cuánto más puede durar y las consecuencias a nivel social y particular. No es menor el que debemos visibilizar y contener esa energía ambiental que nos afecta.

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Un factor cultural complejo

Al contexto actual se le suma un factor cultural complejo donde, por una parte, existe una presión desenfrenada por producir y es mal visto parar para cuidarse o reflexionar. El individualismo y el narcisismo nos han hecho pensar muchas veces que somos omnipotentes y que en nuestro buen deseo de ayudar no existen límites y no tomamos en cuenta nuestra fragilidad y la de los demás.

Un tercer elemento a considerar es que, al cuidar a otros, nos engañamos al creer que la ayuda es unilateral y que nos ubicamos en una relación vertical; siempre existe una relación de dar y recibir que nos enriquece a todos, más no sea por contraste, frente a la dificultad que otros puedan experimentar.

Postergamos el autocuidado

A todo lo anterior, debemos sumar nuestra construcción subjetiva de vínculos, que nos disponen de un modo único y que debemos estar atentos a purificar. Todos llevamos un yo que necesita la aceptación y pertenencia a una comunidad y, en esta búsqueda de equilibrio entre el amar al prójimo como a nosotros mismos, se nos enredan las intenciones de nuestras acciones y prioridades. Cada uno, probablemente, conoce por qué posterga tanto su autocuidado; sin embargo, le cuesta salir de las trampas por temor al rechazo o daño de los demás. Y es que, muchas veces, “ser bueno” es una manera de compensar nuestras propias carencias, necesidades y heridas de la infancia, y buscamos inconscientemente la aprobación, atención y afecto de los demás.

Reconocer los orígenes de por qué nos dejamos tan “para el último” ya es un avance importante para sanar antes de que nos pongamos “malitos” y dejemos de abonar la tierra con alegría y con paz. Sin embargo, más allá del bienestar personal, hoy existen dos razones urgentes y necesarias que nos pueden motivar al autocuidado:

  • Para ser un amorista de verdad y gestar una re-evolución: un amorista es el que irradia lo que tiene en su corazón y esa pasión es la que despierta en otros la adhesión. Si ese amor decae, se destiñe, se contamina con otras motivaciones o debilidades, la sociedad estará quedando sin el combustible que necesita para salir delante de la crisis actual y la re-evolución quedará reducida a palabras bonitas pero que no transformarán a las personas desde su profundidad.
  • Para sobrellevar mejor la adversidad y el fracaso: cuidarnos es el único modo de tener reservas para agrandar el alma y fortalecer los músculos espirituales que nos permitan seguir firmes para sostener a los demás en la incertidumbre actual. No todo nos va a salir bien, pero, al caernos, tendremos la fortaleza para levantarnos y asumir el liderazgo social que hoy urge.

Los riesgos de ser “buenito”

No cuidarnos conlleva varios riesgos, en especial para aquellas personas que ayudan a otros en ámbitos de salud, educación, familia, psicología y en lo espiritual. Muchos viven esta vocación como fósforos, encendiéndose con toda la pasión por ayudar a los demás, pero, con el tiempo, se van consumiendo y pueden terminar quemados y sintiéndose inútiles y sin propósito existencial.

Pero, con un buen tratamiento, sí nos podemos recuperar de este desaliento vital. Algunas distinciones nos pueden ayudar a ver dónde estamos para podernos ayudar oportunamente. Hagamos un autodiagnóstico inicial:

  • El ‘burn out’ o el quemarse: es un síndrome porque reúne varios síntomas como el agotamiento emocional y físico y es la sensación de no poder más. También lo acompaña la despersonalización para protegerse y el sentimiento de baja realización personal: uno se siente inadecuado para el servicio que ejerce. Se desarrolla en cuatro fases: entusiasmo e ilusión, desilusión, frustración y desesperación.
  • Otros males que no debemos confundir: la sensación de desaliento con el servicio que hacemos es acotado a ese ámbito y no involucra la totalidad de las dimensiones de la persona, pero fácilmente se puede ir mezclando con el estrés, una depresión o también la crisis de la mitad de la vida.

Para abordar este tema creo que es fundamental salir de la lógica individualista y que veamos que somos seres relacionales, con responsabilidades limitadas, en interdependencia de los demás y cualquiera sea la dificultad que estemos viviendo o queramos evitar, no se debe solo al déficit o defectos personales (que solo nos afectan o debilitan más), sino a modos de relacionarnos que debemos reconstruir y reparar en conjunto.

Caminos de sanación

Más allá de las estrategias puntuales que podemos usar para cuidarnos, es muy relevante darnos la oportunidad de re-evolucionar profunda y radicalmente para modificar modos de relación tóxicos y reemplazarlos por un Amor Sano hacia la creación, los demás y nosotros mismos. Para ello, nos ayudaremos de dos vertientes que confluyen en el mismo río: la logoterapia y la fe.

  • La logoterapia como taller de reparación: Víktor Frankl fue el creador de esta corriente terapéutica que aborda al ser humano desde sus cuatro dimensiones (no solo la física ni la emocional), dando énfasis a la espiritual como motor fundamental de todas las demás. Él mismo experimentó en los campos de concentración nazi cómo el tener un sentido o propósito de vida tan fuerte y definido, un porqué, le permitió, no solo sobrevivir, sino ayudar a otros para que pudieran hacer lo mismo y elegir con qué actitud enfrentar la adversidad. Su fundamento es que cada persona es única y su “genio” existe para aportar a la comunidad y su “tono” a la totalidad de la sociedad. Este genio se puede dar por tres caminos diferentes que le dan sentido a una vida: puede ser el trabajo y la transformación del mundo a través de una tarea; vivir para crear belleza, cuidar la naturaleza, el arte o los afectos y, cuando nada de eso se pueda manifestar, el sentido de la vida está en elegir una actitud nutritiva para enfrentar un sufrimiento inevitable. La felicidad y el placer son los efectos colaterales de vivir y hacer lo que vinimos a ser. En síntesis, si trabajamos disciplinadamente en buscar el porqué de nuestra vida, qué hacemos y cómo lo hacemos, se ordenarán nuestros agobios y males, se purificarán nuestras motivaciones y nos fortaleceremos para enfrentar fracasos y adversidades.
  • La fe: más “buenito” que Jesús de Nazaret, sabemos que no existe otro en la historia de la humanidad. Él aceptó libremente las consecuencias de su misión y hasta dio literalmente la vida por quien su Padre/Madre le encomendó. Su buena noticia consiste justamente en enseñarnos a matar el ego que se “vende” por limosnas de amor disfrazadas de múltiples formas (reconocimiento, fama, control, dependencia, etc.) y volver a nacer en el Espíritu asumiendo nuestro valor, dignidad y dar frutos en abundancia sin “negociaciones” con los demás que nos permitan ser arrasados o arrasar. Por ello, ser otro Cristo también implica cuidarlo en nuestro interior y no explotarlo sin descanso ni distensión. Jesús, siendo Dios, nos enseñó a ser plenamente humanos para alcanzar el mayor amor, que es ser y hacer lo que el Padre/Madre nos encomendó en nuestra creación. Traicionarnos es traicionarlo también a él.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo