Por segundo año nos quedamos sin celebraciones públicas de Semana Santa y sin poder aprovechar la semana en la que aparece la primera luna llena de primavera para poder salir a viajar a alguno de los lugares más atractivos de nuestra geografía nacional e internacional. Creo que es un buen momento para reflexionar sobre la concepción de esta semana que predomina en estos momentos en nuestro país.
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Porque no nos engañemos, nuestro país se ha secularizado. Para la mayoría de las personas que habitan en él estas son unas vacaciones primaverales y su verdadero valor está en esto: un tiempo de descanso en el que aprovechar el buen tiempo que suele acompañar a la explosión de colores y de vida que acompaña a la finalización del invierno. La Semana Santa es una oportunidad para salir, para hacer turismo, para disfrutar de la primavera alejados de nuestro día a día laboral.
La visita de ciudades que tienen celebraciones religiosas durante estos días, es, también, parte de esta dinámica para todos. La búsqueda de lo exótico, de lo diferente, de lo que está alejado de la normalidad de una realidad globalizada cada vez más estandarizada, es parte de la actividad del turista estándar. ¿Y qué hay más exótico que una parte de la población saliendo a las calles encapuchados en silenciosas (y no tan silenciosas) procesiones?
La Semana Santa se convierte así, para muchos, en una festividad más de nuestro ciclo de vida economicista. Al igual que la Navidad es para comprar regalos que ofrecer a nuestros seres queridos o el día de Todos los Santos es ocasión de disfrazarse o de ir a algún parque de atracciones para disfrutar de sus espectáculos, la Semana Santa es el momento de hacer turismo, de ir a la playa o a la montaña a disfrutar de la primavera, de hacer turismo cultural conociendo alguna de las muchas celebraciones que trufan nuestra geografía.
Una semana mayor
Este año todo ello se ha quedado a un lado por causa de la pandemia. No hemos podido salir a las procesiones, el turismo se ha limitado a localidades de nuestra propia comunidad autónoma, pero para aquellos cristianos que viven la Semana Santa como lo que es, una semana mayor (como la denominan los portugueses) de su fe, no poder consagrar su semana al turismo no habrá supuesto problema alguno.
Es verdad que muchos han notado en su alma no poder realizar el retiro al que estaban habituados o participar como penitente en una procesión, pero la intimidad del hogar y el recogimiento de las celebraciones limitadas en aforo, nos ha permitido vivir la Semana Santa de otra manera diferente por segundo año consecutivo. Nos ha posibilitado encontrar la esencia de nuestra fe de una manera desnuda, sin vestiduras exteriores que no siempre refuerzan la vivencia de nuestra fe.