Una de las características de las sociedades actuales es el fenómeno de la polarización, todo tema es discutido, debatido con posiciones antagónicas y diametralmente opuestas, y muchas veces irreconciliables.
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No solo en temas morales, de política, deportes y religión, cada uno siente tener la verdad en sus manos y jamás pensará en la remota posibilidad de dejar a un lado los propios criterios para poder entender, al menos desde el respeto, que el otro, puede pensar diferente.
El problema está en que es necesario que cada uno sea diferente para una mejor comprensión del hecho social. En el campo de la política, por ejemplo, la polarización fanatiza cualquier acción y reduce las posibilidades de soluciones centradas en el bien común.
En el ámbito religioso, es quizás más drástico y dramático, porque no solo hay polarización sino división. Hoy un buen número de católicos atacan al Papa Francisco, y por otro lado, otros católicos al ver que esté no dice lo que esperan que diga, se imaginan un tramado de conspiraciones e intrigas. En el fondo (los que dicen apoyarlo) también desconocen cualquier cosa que haga o diga.
Nadie gana, todos pierden
La polarización también surge de posiciones arbitrarias ideológicas, esas ideas que son capaces de responder a todas las preguntas, cuando dicen lo que es necesario para comprender la totalidad del mundo, desde un único y uniforme punto de vista.
El asunto no es tanto que todos piensen igual, eso antropológicamente es imposible, sino que pensando diferente puedan ofrecerse respuestas razonadas que construyan y edifiquen desde la diversidad.
Por ello, la primera conclusión es que la polarización no beneficia a nadie, solo a aquellos que esperan sacar provecho de la misma, por unos votos en elecciones, o unos likes en redes sociales, o algún reconocimiento público con unos efímeros aplausos en ponerse del lado de los que pueden gritar más fuerte.
Polarización y totalitarismo
El Papa Benedicto XVI en un célebre discurso en la Jornada de la Juventud en Colonia, habló de los nuevos totalitarismos, de la denominada ‘dictadura de la mayoría’, esa que muchas veces con y por la polarización solo permite una visión en blanco y negro, en una dicotomía social, ‘o estás conmigo, o estás contra mí’.
Decía el pontífice: “la absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo”, y vaya que tenemos muchas posiciones totalitarias en nuestra cotidianidad.
Estas posiciones polarizadas y totalitarias pueden hacerse con buenas intenciones. A veces se reduce a esto cualquier decisión ética: si tienes buenas intenciones ya estás absuelto de cualquier responsabilidad, pero las cosas no solo se resuelven por deseo, sino a través de convicciones y determinación de hacerlas bien.
En lo político una sociedad polarizada no avanzará, solo construirá el hecho social desde una mayoría aplastante, frente a una minoría que tendrá la tentación del revanchismo y el resentimiento, ejemplos en la historia hay muchos.
En lo religioso, al menos en la Iglesia católica, se mina cualquier acción de incidencia al ver que son dos grandes extremos que solo parecen culparse de lo que a simple vista, se sabe que no está bien.
Que todos sean uno
Por eso, uno de los primeros efectos de la resurrección en los discípulos es la unidad, no la uniformidad, es Jesús mismo con su mandato, deseo, y acción que hace posible “el que todos sean uno” (Jn 17,21).
El papa Francisco en una homilía de Pentecostés lo dijo con palabras que pueden servirnos:
“Miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, de esta o de aquella ideología; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios. La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino piezas irremplazables de su mosaico”.