La pregunta crucial en nuestra cultura es si la realidad puede ser aproximada y conocida, no sólo “fenomenalmente” por la ciencia, sino también “ontológicamente” por la filosofía. Esta pregunta es todavía más crucial para el hombre corriente que para el científico. Debido al impacto de los hábitos de pensar prevalentes en una civilización industrial en la que la manipulación del mundo por la ciencia y la técnica desempeña el papel principal, se produce una pérdida total del sentido del ser en el pensamiento de gran número de personas que no son científicos, pero que otorgan valores racionales a los hechos y los números solamente. Mientras los científicos exclusivos saben al menos lo que es la ciencia y cuáles son sus limitaciones, las personas de quienes hablo no tienen experiencia de la ciencia y creen ingenuamente que ésta es el camino racional válido hacia la realidad y, además, que posee todas las respuestas racionales que puede necesitar la vida humana.
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Por consiguiente, cualquier conocimiento racional de la existencia de Dios –prefilosófico (por el simple uso natural de la razón) o filosófico (por el uso de la razón adiestrada en las disciplinas filosóficas)– es letra muerta para ellos. Los individuos cuya inteligencia se ha reducido de esta forma pueden afiliarse a algún credo religioso y creer en Dios –como un don de la gracia divina, como una respuesta a necesidades irracionales, o bien como resultado de su adaptación a un ambiente determinado–, pero son ateos en lo referente a la razón. Tal estado es completamente anormal. La fe religiosa está por encima de la razón, pero normalmente presupone la convicción racional de la existencia de Dios.
En este punto debemos insistir en la naturaleza de la filosofía en contraste con la ciencia, e insistir en que la filosofía es una disciplina autónoma que posee sus propios instrumentos. No es, pues, suficiente añadir al conocimiento científico ni siquiera una reflexión filosófica inteligente: son necesarios, además, el adiestramiento filosófico y el equipamiento filosófico adecuados. Digamos que, mientras la ciencia, o el conocimiento de los fenómenos, nos ofrece, con la maravillosa riqueza aportada por cambios revolucionarios, mapas clave de lo que son la naturaleza y la materia según las diversas interacciones observables y mensurables que se dan en ellos, la filosofía nos hace asir con mayor estabilidad, debido a su limitación a lo esencial, lo que las cosas son en la realidad intrínseca de su ser.
Llevando el sentido común y el lenguaje natural a un nivel esencialmente superior, la filosofía sigue en continuidad con ellos, estando basada tanto en el poder perceptivo (no sólo constructivo) de la inteligencia como sobre la experiencia de los sentidos. Dicho con otras palabras, el ser es el objeto primario de la filosofía, como lo es de la razón humana: y todas las ideas elaboradas por la Filosofía son inteligibles en términos de ser, no de observación y medida. Como resultado tenemos que darnos cuenta que en el universo mismo de la experiencia, la filosofía (la filosofía de la naturaleza) trata de aspectos y explicaciones en que no está interesada la ciencia. Así, lo material (es decir, las “sustancias materiales”) está compuesto según el antiguo, pero todavía válido hilemorfismo de Aristóteles, de dos elementos: potencialidad pura indeterminada (materia prima), y forma determinativa o entelequia (que en el hombre es el alma espiritual), mientras que para la ciencia la materia (o masa, es decir, una serie determinada de datos, expresada en ecuaciones matemáticas) está compuesta de algunas partículas, la mayoría de ellas inestables, escrutadas por los físicos nucleares.
La filosofía y su luz
A la filosofía corresponde, pues, intentar traer alguna unidad a nuestro conocimiento de la naturaleza, sin incorporar las explicaciones de la ciencia como parte de sus explicaciones, sino interpretándose a su propia luz. Para hacerlo así deberá, en primer lugar, ilustrarnos acerca de los procedimientos de la ciencia, que construyen identidades a la vez simbólicas e ideales fundadas en mediciones reales y en nociones complejas, donde la realidad captada fenomenalmente se mezcla de manera inextricable con aquellas entidades meramente ideales. En segundo lugar, la filosofía tendría que determinar la clase de fundamentación ontológica que puede ser asignada a tales o cuales de estas nociones, o serie de nociones peculiares a la ciencia. En tercer lugar la filosofía tendría que señalar –y mejorar y reajustar si fuese necesario– las verdades que le son propias que tengan alguna relación con las teorías científicas y especialmente con todo el tesoro de hechos y afirmaciones factuales reunidas e incrementadas continuamente por la ciencia.
*Basado en el ensayo original en inglés correspondiente al tercer capítulo del libro ‘On the Use of Philosophy’ [‘Utilidad de la Filosofía’], publicado en Princeton, New Jersey. Princeton University Press, 1961.