El telegrama
El pasado 9 de abril, a los 99 años de edad fallecía en el Reino Unido el duque de Edimburgo. Vincent Nichols, cardenal arzobispo de Westminster y presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, ofreció sus oraciones por “el descanso del alma del príncipe Felipe, el fiel y leal esposo de Su Majestad la Reina”.
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Desde el Vaticano el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, envió un mensaje de pésame en nombre del papa Francisco en el que se mostraba “entristecido” por la noticia del fallecimiento. Francisco destacó “la dedicación del príncipe Felipe al matrimonio y a la familia, su eminente historia de servicio público y su compromiso por la educación y el progreso de las generaciones futuras” y lo encomendaba “al amor misericordioso de Cristo nuestro Redentor”. El Papa, le decía a la reina Isabel: “Sobre usted y sobre todos los que lloran la muerte en la esperanza cierta de la Resurrección, invoco las bendiciones del Señor de consuelo y paz”.
La monja
Muchos medios han repasado algunas escenas e, incluso, meteduras de pata del duque de Edimburgo. Entre estos hay un hecho familiar destacado que ha retratado en detalle la serie ‘The Crown’ y se refiere a la vida de la princesa Alicia de Battenberg, madre de Felipe, y que será una de las pocas ocasiones en las que una monja ortodoxa se ha paseado de hábito por el palacio de Buckingham. Allí murió la princesa el 5 de diciembre de 1969 sin nada en sus bolsillos ni en sus cuentas bancarias –solo dejó tres ventidos a su muerte–. Sus restos descansaron un tiempo en la capilla dedicada a San Jorge en el castillo de Windsor cerca de Londres hasta que en 1988 fue trasladado a un convento ortodoxo cerca del Monte de los Olivos en Jerusalén, el Convento de Santa María Magdalena.
El hecho de enterrarse en Getsemaní da buena cuenta del carácter y el espíritu de Alicia de Battenberg, princesa de Grecia y Dinamarca que acabó sus días como monja fundadora de la Hermandad Cristiana de Marta y María aunque sin renunciar al tabaco y a los juegos de cartas. En Jerusalén estaba enterrada también, en el mismo convento de la Iglesia ortodoxa rusa, su tía mártir Isabel Fiódorovna –auténtica inspiración para su congregación–, y allí fue reconocida como “Justa entre las Naciones” por la protección de los judíos en Atenas durante la II Guerra Mundial –algo que hizo como gesto natural por su fe cristiana de ayuda al prójimo aunque sus hijas se casaron con destacados miembros del partido nazi–.
La vida de la princesa Alicia de Battenberg es fascinante. A pesar de nacer sorda y haber sido diagnosticada de esquizofrenia paranoide hizo de la necesidad virtud, como demuestra el capítulo, el 4, dedicado a ella en la tercera temporada de ‘The Crown’. Sus joyas fueron a parar al anillo de compromiso de Felipe y después sostuvieron su obra caritativa. Cuentan que en la guerra sus raciones de comida por el racionamiento iban para los huérfanos o a cualquiera que lo necesitara. Su situación mental la llevó a un sanatorio suizo en el que llegó a ser parte de un experimento de Sigmund Freud que le dejaría secuelas de por vida y cuyos procedimientos no son propios de relatar en una revista como esta.
Fugada del sanatorio creará su congregación dentro de la Iglesia ortodoxa griega. Allí sería una gran ayuda sanitaria en la II Guerra Mundial y, como viuda, se entregaría totalmente a la vida religiosa. La casa que mantiene la obra caritativa de la congregación se llama hoy en día Villa Aliki, el nombre con el que la princesa era conocida en Grecia. Un nuevo edificio impulsado por el ayuntamiento de Irakleio, no muy lejos de Atenas, recuerda el legado de una princesa de no hace tanto tiempo. Aunque ya sin monjas…