El próximo 30 de abril está prevista la ceremonia de beatificación del médico venezolano, fallecido hace un siglo, icono de la identidad nacional desde el mismo momento de su muerte. La gente gritaba: “José Gregorio es nuestro”, y reseñan las crónicas de entonces que nunca antes hubo una manifestación tan multitudinaria como sus exequias.
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Nacido en un pequeño pueblo de los Andes, José Gregorio Hernández tuvo la dicha de nacer y crecer en un ambiente familiar favorable, y con el apoyo del maestro y del cura del pueblo, tríada que le inculcó conocimientos y valores cívicos y religiosos. Algo curioso en un país sumido en guerras civiles con carencias en todos los órdenes.
Los rudimentos aprendidos fueron de tal fuste que, al ser enviado por su papá a estudiar a Caracas, pudo costearse y sacar los estudios secundarios, entrar en la Universidad Central para cursar Medicina y graduarse con calificaciones notables. En un ambiente positivista, no dejó la práctica religiosa y unió sus estudios superiores con el afán de profundizar su fe cristiana hasta escribir sobre temas tan discutidos entonces como los de la evolución, y sobre las nociones de filosofía, en la línea tomista, en contraste con las nuevas corrientes que pululaban en los ambientes académicos.
Tuvo, además, un sentido de la amistad y convivencia fraterna con sus pares, aunque divergían en sus concepciones filosóficas y religiosas. Obtuvo una beca para perfeccionar su especialidad médica en París, la meca de las luces en este campo, que aumentó con su paso por Berlín y Madrid.
Se ganó la admiración y aprecio de sus maestros. No cedió ante la oferta de permanecer en el viejo continente, pues con profundo sentido patrio quería devolverle a su tierra lo adquirido. Es uno de los pioneros de la medicina moderna en la Venezuela atrasada de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Al servicio de todos
Combinó sus inquietudes de vocación sacerdotal y monástica con dedicarse de lleno al ejercicio de la docencia, la investigación y la atención médica, que terminó siendo su auténtica vocación laical, al servicio de todos, con especial énfasis en el callado servicio a los más pobres. José Gregorio representa el alma del venezolano que todos quisiéramos ser, a pesar de no seguir en plenitud su ejemplo, pero sí, el acercarnos a él para la salud física y espiritual.
En medio de la pandemia que arrecia, su beatificación une a todos más allá de las diferencias sociales, ideológicas, políticas o religiosas. Es la esperanza de un pueblo ávido de reencontrar la auténtica cultura del encuentro, para ayudar a resucitar a una vida nueva de respeto mutuo, convivencia en libertad, solidaridad efectiva con los más necesitados, superando toda exclusión.