Hace unos días le pregunté a un amigo sacerdote ¿cómo se sentiría Jesús en medio de esta pandemia?, y me dijo: “Está llorando”. Pregunté la razón y su respuesta me dejó pasmada e intranquila. Para él, Jesús diría: “He fracasado”. Esta afirmación dolorosa, será el punto de partida que nos permitirá reflexionar juntos sobre los retos que los católicos enfrentamos en el Perú.
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Cuando hablamos de fracaso, nos referimos a circunstancias adversas en cosas que se esperaba sucediese bien. A la luz de la realidad peruana y los acontecimientos que hemos vivido en las últimas décadas, podríamos decir también que “la sociedad peruana ha fracasado” y viene viviendo una de las crisis más difíciles de su historia, no solo a nivel económico, político o social; sino sobre todo a nivel de valores y grado de humanidad de su sociedad.
Desigualdad que alarma
La historia peruana ha pasado por diversos periodos en su proceso de desarrollo como nación y sociedad. Algunas etapas le han sido más favorables que otras, pero al día de hoy, podemos decir que persisten ciertas problemáticas que no han podido superarse y vienen arrastrándose históricamente y que por estos años han explotado mostrando sus peores facetas.
A pesar de los avances económicos y sociales de las últimas décadas, la exclusión y desigualdad persiste en el Perú y, también, en toda la región de América Latina. Todavía persisten altos niveles de heterogeneidad en los indicadores de desarrollo (educación, empleo, ingresos, pobreza, salud, etc.) en particular en los grupos tradicionalmente excluidos como son las mujeres, los pueblos indígenas, los afrodescendientes o los jóvenes. También a nivel regional las desigualdades son evidentes donde la tasa de pobreza en la costa de Perú es del 13.5%, alcanza el 30.4%% en la sierra y el 26.5% en la selva (INEI, 2019).
La crisis de la pandemia ha expuesto y profundizado las desigualdades existentes y los desafíos estructurales que tiene Perú. Factores de desigualdad como contar o no con un empleo asalariado, el nivel educativo, acceso a conexión a Internet y el género, han determinado en gran parte qué hogares han sido impactados más bruscamente.
Crisis de valores
El escenario descrito ha ido germinando en la sociedad un descontento generalizado, un sentimiento de incredulidad ante una posible mejora y hasta apatía por colaborar en un cambio profundo. La confianza en las instituciones, en la política y sus actores, y el rol de los mismos han sido las más afectadas.
Asimismo, esta crisis ha abierto espacio a la corrupción en diversos niveles del estado y la sociedad; y en particular en la tolerancia de la población ante las conductas corruptas. En la encuesta nacional de Proética 2019, la proporción de peruanos que muestran una actitud de tolerancia media ―es decir, que no aceptan abiertamente una conducta de corrupción determinada, pero que tampoco la rechazan de forma definitiva― alcanza un promedio de 73%.
Muchos han usado este contexto para alzar las banderas de la confrontación y la necesidad de “métodos duros” para traer el orden, usando de ellos un recurso para construir legitimidad. Exponiendo a la democracia a extremos ideológicos y polarizando a la sociedad en diversos frentes. A pocos días de elegir a nuestro presidente y congresistas para los próximos 05 años, el pase a la segunda vuelta viene estando disputado por candidaturas que representan populismos de diversas tendencias.
Una sociedad que aún no ha logrado la igualdad y reconciliación en diversos ámbitos, es propensa a seguir perdiendo muchos valores. La deshonestidad en sus actores, la falta de respeto y la insensibilidad, son algunos ejemplos de las peores ramificaciones.
Luz en el camino
Ahora bien, ¿podemos pensar que todo está perdido en el Perú? Pues no, ahí donde abundan más desafíos es donde los católicos estamos llamados a ser luz en el camino. Como principales retos que debemos empezar a trabajar y poner en marcha, me permito resaltar tres grupos importantes: el reto de la tolerancia y el respeto, el reto de la empatía y la solidaridad; y el reto de la coherencia y el compromiso.
En un mundo polarizado y fragmentado, donde abundan los conflictos, podemos ver que todos tienen de manera inconsciente el menosprecio por el que piensa distinto. Es por eso tan necesario promover y fortalecer la tolerancia y respeto al otro, quien es igual a mí en dignidad. La tolerancia y respeto no es indulgencia o aceptación, sino que es el reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. A partir de eso, podremos sentarnos a la mesa a dialogar y buscar puntos en común para lograr sinergias y convergencias, abriéndonos a un mundo de posibilidades humanas y sociales, habiendo dado un paso importante para la construcción de la paz.
El papá Francisco[1] nos recuerda que, la tolerancia se transforma en amor fraternal, ternura y solidaridad operativa. Sino el Señor nos recordará algún día que «Fui forastero y no me recibiste» (Mt 25,43). Y es acá que empieza el otro reto, la empatía y solidaridad. Ya no basta con solo escucharlo y respetarlo, sino que debemos hacer nuestra las luchas y dificultades que muchos atraviesan, y responder con un apoyo o defensa real. Más aún en tiempos de crisis, donde las familias han perdido vidas y oportunidades de diversas índoles, y ahí “los pobres” encrudecen más su situación, es momento de darle vida al principio socialcristiano de la solidaridad y dar lucha a la cultura del descarte que desea categorizar a los seres humanos.
En la multiplicación de los panes, Jesús dijo a los discípulos: «Dadles vosotros…». Pues hagamos lo mismo, así tengamos poco, podremos saciar a una multitud con pequeños o grandes gestos de amor y compasión. Estamos llamados a poner a disposición de la sociedad lo que tenemos, capacidades y aptitudes, para así ser fecundos y dar fruto. El último paso es la coherencia y el compromiso. Mantengámonos firmes en nuestros principios y valores que son la base de nuestras acciones. Ahora nos toca a nosotros responderle a Jesús y decirle que no ha fracasado. Demostrarle que su evangelio sigue vivo en cada uno de nosotros, no como una ley en piedra, sino como una construcción diaria que cuenta con nuestro mejor esfuerzo, voluntad y compromiso para salir al encuentro del otro.
Podríamos resumir estos retos en una sola palabra: fraternidad. Y es que la fraternidad es “la frontera” sobre la cual “tenemos que construir”: se trata del desafío de “nuestro siglo”[2]. A ti, quien lee estás líneas te digo, no te desanimes y recuerda que, si hay dos reunidos en su nombre, se puede cambiar la historia. ¡Ya somos dos!
[1] Conferencia Mundial de Xenofobia, Racismo y Nacionalismo Populista en el contexto de la Migración Global. Septiembre 2018.
[2] Palabras del Papa Francisco en la celebración del Día Internacional de la Fraternidad Humana. Febrero 2019.
Un texto escrito por Claudia Cecilia Zarzosa González. Politóloga de la Universidad Jesuita Antonio Ruiz de Montoya, Asesora Principal del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) y Miembro de la Academia de Líderes Católicos.