En nuestra sociedad buscamos ser el número uno, se nos educa siempre a competir y alcanzar los mejores lugares, los países luchan constantemente para obtener el reconocimiento o el “ranking” en los primeros lugares, no es que esté mal destacar, lo que debemos sensibilizar es la forma de hacerlo y por supuesto la intención que nos lleva a alcanzarlo.
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Los seres humanos han buscado sobresalir en todos los aspectos, no siempre con el propósito de alcanzar la perfección, lo que verdaderamente buscan es competir para demostrar que son los mejores, destacar para imponer y manipular.
Nada más lejano del reino de los cielos, nada más incongruente en cuanto a las enseñanzas de Jesús, quien nos invitó a servir y a compartir, nunca mencionó que teníamos que ser mejores que nadie.
En el compartir nuestras alegrías y tristezas nos haríamos más humanos y tristemente, sigo viendo una sociedad en donde se continúa evaluando, midiendo, motivando a competir.
Querer ser el único
Quien tiene más “seguidores”, quien alcanza el premio tan anhelado, somos una cultura del “alcance” y quienes no lo logran quedan “descartados”; solo quien se esfuerza y lo intenta muchas, tiene ese preciado reconocimiento.
La economía, la literatura, las ciencias y los deportes hacen de esta competencia algo inhumano, logra que nos veamos como enemigos. Potencias invierten y desarrollan formas tan complejas para ganar, nuevamente aparece el término “competencia”.
Nada más lejano en el amor de Dios, donde no hay diferencias entre ricos, pobres, regiones y color de piel. Cada vez que competimos nos volvemos vulnerables y manipulables porque eso que logramos, alguien más lo desea y se beneficiará, se vive en una constante comparación el querer ser el único.
Conciencia en igualdad
Por el contrario, compartir siempre viene acompañado de la ayuda y el servicio, suma, añade, aporta. Nos permite crecer y al mismo tiempo ofrecemos crecimiento a quienes están cerca.
Verdaderamente qué complejos somos los seres humanos, competimos por naturaleza y descartamos a quienes no lo hacen, compararnos es parte de nuestra esencia.
Evolución al amor, sinceridad en los actos, entrega al prójimo, qué lejos estamos de esta conciencia en igualdad. Competimos por todo. A diferencia del amor de Dios, no debemos hacer nada, no tenemos que competir entre nosotros para alcanzar sus promesas, tan solo tener fe y creer en Él.
La humildad como base
Explicarlo y vivirlo con el ejemplo, en la sencillez, alejarnos de la complejidad de pensamiento y de los intereses individuales. Compartir y dejar de competir entre nosotros, eso sería ideal, pero algo muy dentro de mí me dice que se trata de un verdadero reto ¿de verdad estoy dispuesto a hacerlo? ¿Hacer a un lado todo aquello que me ha diferenciado y por lo que me he esforzado?
Compartir y dejar de competir, tal vez sea la respuesta a esta carrera vertiginosa de supremacía entre los seres humanos. La humildad como base de nuestras relaciones ¿estaríamos dispuestos?
“No hagan nada por rivalidad o vanagloria: sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús”. Filipenses 2, 3-5