Diez años dan cierta perspectiva para captar el alcance de un acontecimiento histórico. Resulta irónico que el décimo aniversario de un fenómeno claramente vinculado a la Gran Recesión coincida con otra crisis: la del Covid-19.
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Mi valoración, más allá de los límites y excesos de aquel movimiento, es positiva. En un contexto de desencanto social, desafección política e individualismo consumista, el 15-M representó el estallido de unos jóvenes “sobradamente preparados” que habían vivido en un contexto de protección familiar y expectativas de alto bienestar y a quienes la crisis inmobiliario-financiera abocaba a la mayor precariedad e incertidumbre. Este acontecimiento recuperó para la búsqueda del bien común a una parte de los jóvenes que se habían desentendido de la política.
De las muchas lecturas que se podrían hacer del 15-M hay una que quiero rescatar: constituyó un laboratorio social de cómo debería ser una buena pedagogía de la solidaridad. Intentaré explicarlo enumerando sus principales ingredientes.
10 ingredientes
- Indignación: todo comenzó por la expresión pública de un sentimiento íntimo de injusticia. Después de tantos esfuerzos, miles de jóvenes sentían que la sociedad les dejaba abandonados a su suerte, impidiéndoles transitar a una vida adulta. La globalización de la indiferencia -que denuncia Francisco- impide los cambios necesarios.
- Reunión: juntarse a compartir es el acto pacífico más revolucionario que quepa imaginar. Los cambios se gestan en el encuentro y en el debate entre las víctimas, no en el aislamiento confortable en el propio domicilio. Por ello, la acampada en la Puerta del Sol permitió que surgiera un sueño y experimentar la fuerza que genera la unión.
- Movilización: la incidencia social se logra visibilizando el descontento de un modo colectivo. La queja solitaria, como mucho desahoga, pero no transforma nada. Por ello, para que una demanda legítima de cambios llegue a ser operativa, resulta imprescindible la manifestación de la protesta. Las mareas lo ejemplificaron.
- Reflexión: “no hay protesta sin propuesta” expresaba un eslogan de mi juventud. Y los “círculos temáticos” constituyeron un espacio privilegiado para el análisis crítico y la formulación de propuestas socio-políticas. Aún recuerdo el entusiasmo con el que mis alumnos de máster explicaban a otros jóvenes las raíces de la crisis inmobiliaria.
- Proposición: con un amplio abanico de iniciativas, que iban de lo más pragmático a lo más utópico, los jóvenes del 15-M formularon soluciones a los principales problemas concretos que les afectaban: salud, educación, empleo, vivienda, desigualdad, pobreza, etc. Muchas propuestas, diez años después, no nos parecen a muchos tan disparatadas.
- Expresión: los jóvenes del 15 M dieron muestras de poseer una gran creatividad en los modos de manifestación, en los estilos deliberativos, en el formato asambleario de la toma de decisiones, en sus agudos eslóganes, en la manera de aplaudir, en el modo de incorporar lo corporal, lúdico y afectivo a la lucha. Los nuevos lenguajes tenían garra.
- Realización de gestos proféticos: como sabemos por la historia del movimiento obrero, de la democracia, de los derechos civiles de los afroamericanos, de la igualdad de género, para dinamizar el cambio hacen falta personas que realicen gestos utópicos que golpeen las conciencias y alienten la esperanza. “Stop desahucios” sería un ejemplo.
- Organización: los jóvenes no se encuentran a gusto en las grandes organizaciones burocrático-jerárquicas (iglesias, sindicatos, partidos) en las que no pueden apenas incidir. Ellos buscan espacios de participación directa, flexible e igualitaria, donde puedan expresarse, decidir y ejecutar al mismo tiempo. De ahí, la frescura del 15-M.
- Estructuración: ninguna causa social sale adelante si no consigue vertebrar un movimiento humano estable, capaz de luchar por sus objetivos a largo plazo. En este sentido, las asambleas en los círculos, los movimientos focalizados en ciertos problemas o el surgimiento de partidos políticos alternativos tuvieron esta finalidad.
- Politización: utilizo esta palabra para definir el proceso por el cual una demanda social se articula como propuesta política para que se garantice de modo estructural. El freno a los desahucios, los límites al alquiler, la renta mínima vital, las medidas de equidad de género, la modificación de la regulación de la inmigración, la reforma laboral, la ampliación de la libertad de expresión, etc. son otros tantos ejemplos en los que la movilización del 15-M y las acciones simbólicas protagonizadas por sus activistas han ido introduciendo, poco a poco, cuestiones en la agenda política, dando lugar a decisiones presupuestarias y legislativa impensables hace pocos años.
El 15-M zarandeó a la sociedad española exigiendo justicia para las nuevas generaciones. Más allá de sus logros concretos, también nos dio algunas claves esenciales para educar en la solidaridad que no deberíamos olvidar.