Recién aceptada su renuncia “por límite de edad y problemas de salud”, que presentó al Papa el pasado 25 de marzo, Julio Parrilla Díaz (Ourense, 1946) afronta su jubilación, tras ocho años como obispo de Riobamba y tres décadas de ministerio en Ecuador, en medio de las acusaciones vertidas por una misionera contra su gobierno pastoral de la diócesis. “Las acusaciones infundadas pasarán. Quedará la vida entregada, el amor de los amigos y el cariño de la gente y, sobre todo, la fe purificada y libre de maldad”, afirma en conversación con Vida Nueva.
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PREGUNTA.- ¿Cómo se presenta esta nueva etapa en su vida… de salud y de ánimos?
RESPUESTA.- Jubilarse es siempre una experiencia agridulce. Llevo treinta años en Ecuador y dejar todo esto es siempre doloroso. Por otra parte, al cumplir los 75 años, es necesario presentar la renuncia al Papa. Además, mi salud no es del todo buena: soy un cardiópata veterano, con cinco ‘stents’ en las coronarias y una diabetes que va ganando terreno. A pesar de todo, mi ánimo es bueno. Vivo agradecido y con la esperanza de que la jubilación sea jubileo. Volveré a España, trabajaré pastoralmente y cuidaré de mi familia y de mis amigos.
P.- Parece que no está siendo la despedida soñada, después del revuelo mediático en torno a su renuncia y a la del obispo coadjutor ya nombrado…
R.- Así es, es un tiempo intenso y difícil, pero no es el fin del mundo. Las redes sociales no siempre hacen el debido contraste. Se ha querido presentar algo que es normal, mi renuncia, como una desautorización hecha por el Santo Padre. Simplemente, no es así. Y no todo vale con tal de descalificar al otro. Ser crítico es algo muy legítimo, pero no justifica la difamación. Cuando la ideología o los sentimientos se ponen por encima de la fe, de la comunión o de la compasión, nos alejamos del Evangelio. Todo este revuelo ha tenido una gran incidencia mediática, pero apenas incidencia pastoral en la diócesis.
Reacción desmedida
P.- ¿A qué achaca las acusaciones que se han vertido contra su gestión en la diócesis? ¿Inquietudes eclesiales, intereses ideológicos, inquinas personales…? ¿Tiene algo que decir en su defensa?
R.- A veces, comprender el comportamiento humano es difícil. Seguramente hay un poco de todo, pues en el corazón humano hay mucho espacio y, con frecuencia, grandes vacíos y frustraciones. Quizá manifiesta la nostalgia de otros tiempos de protagonismo y de poder. Como reacción desmedida y exagerada, refleja una cierta amargura. Todo este lío también ha sido ocasión para que mucha gente, grupos y agentes de pastoral manifiesten un gran cariño, aprecio y apoyo a su Iglesia.
En cuanto a mí, sinceramente no sé muy bien de qué tengo que defenderme, pues nadie me ha acusado –ni civil, ni eclesial, ni canónicamente– de ningún mal manejo… Diócesis y Cáritas han sido administradas con transparencia y probidad, con los correspondientes permisos de los consejos diocesanos y de la Santa Sede. En ambas instituciones, la situación económica es, a pesar de la pandemia, estable y equilibrada, aunque humilde.
De vuelta a España
P.- Ahora que regresará a España, ¿qué se lleva consigo de estas tres décadas de ministerio en Ecuador?
R.- En gran parte, los límites de salud me condicionan. En Ecuador no dispongo de Seguridad Social y la medicina privada es inaccesible para un cura jubilado. No hace muchos días, sufrí un infarto cerebral, que es como una luz roja que se enciende. Por otra parte, deseo volver a la vida comunitaria de donde salí, aunque, después de 30 años y siendo ya un “abuelo”, no será fácil.
De Ecuador (Manabí, Quito, Loja, Riobamba) me llevo muchas cosas hermosas: el trabajo pastoral, la experiencia en Cáritas, la amistad de tanta gente y, sobre todo, la experiencia de una fe natural anidada en el corazón. Un artículo reciente de Xabier Pikaza sobre mi persona explica muy bien los procesos que nos toca vivir. También yo he vivido el mío, y Ecuador ha sido un capítulo fundamental. (…)