A través de la carta apostólica ‘Antiquum ministerium’, el Papa ha instituido el ministerio laical del catequista. Con esta decisión, se da un salto más allá de reconocer la labor de miles de cristianos –solo en España 96.470– que ejercen la nunca fácil misión de transmitir la Buena Noticia y el magisterio eclesial desde la base a niños, jóvenes, adultos y ancianos.
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Pero, sobre todo, al darle estabilidad y legitimidad, se pone en valor un servicio evangelizador. De paso, se crece en corresponsabilidad y se depura aún más la clericalización de las estructuras, poniendo el foco, una vez más, en las mujeres. Aunque el texto papal no lo explicite, ellas asumen por abrumadora mayoría esta llamada a anunciar el kerigma y ellas son quienes ven apreciada esta vocación dentro de su propia vocación, ya sean seglares o consagradas.
Este ‘certificado’ vaticano urge a la Iglesia a cuidar todavía más al catequista, dado que, tal y como solicita Francisco en el motu proprio, acceder al ministerio exigirá tanto unos criterios normativos como una formación. Esta tarea recaerá en las conferencias episcopales, una labor harto compleja, pues se corre el riesgo de generar un proceso de selección de candidatos convertido en criba de ‘perfectos’ o establecer un itinerario de preparación despegado de la realidad o ajeno al propio perfil de los catequistas.
Salvando estos charcos nada desdeñables, ‘Antiquum ministerium’ viene a rematar las principales sugerencias recogidas por el Directorio de Catequesis que vio la luz en junio. Así comienza a resquebrajarse esa identificación de la catequesis únicamente con la preparación sacramental y a la iniciación cristiana, para interpretarla como algo inherente y permanente en el ciclo vital del creyente, en todas sus dimensiones: teología, liturgia, caridad y espiritualidad.
Desde esta perspectiva, el catecismo se convierte en hoja de ruta dinámica que se adapta al lenguaje y al contexto de cada persona y de cada cultura, desmarcándose de un concepto estático y anacrónico de la doctrina.
Compartir la Buena Noticia
Son los catequistas quienes, en las reuniones cotidianas con los grupos de su comunidad, rompen toda tentación de abstracción y frialdad a la hora de llevar la Palabra. Una labor que no debe identificarse con una mera transmisión de conocimientos, sino como el compartir la Buena Noticia desde la experiencia y el testimonio de un Dios vivo.
Ojalá instituir este ministerio no sea interpretado por nadie como una institucionalización, estandarización o tutela, sino como un espaldarazo a quienes saben contagiar como pocos la fe desde la acogida, la misericordia y el acompañamiento mutuo entre quienes buscan ser apóstoles del Resucitado hoy.