El tercer principio de la renovación parroquial es ser siempre hospitalarios. Pero no solo se refiere a mantener una actitud de bienvenida en todos los momentos comunitarios, sino que tiene muchas implicaciones de proyección del verdadero cambio cultural y el alcanzar a las siguientes generaciones y también implica una verificación de que se está avanzando en la renovación parroquial. Me parece que tiene, al menos, tres ámbitos que nos hablan de la riqueza de este principio: personal, comunitario y espiritual.
- OFERTA: Semana del Laico en Vida Nueva: suscríbete a la edición en papel con un 25% de descuento
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En su dimensión personal, por supuesto que, está el incorporar una actitud hospitalaria en todas nuestras actividades, romper el paradigma de ser una gente de Iglesia para gente de Iglesia, que en muchas ocasiones, al generalizar una forma de tratar a los demás como “hermanos”, terminamos despersonalizando la vivencia de la caridad evangélica.
Cuando me convertí al Señor, yo tenía 16 años, y me sorprendió muchísimo ver cómo los “evangelizados” se trataban de hermanos; la decepción fue después cuando me di cuenta de que esta denominación fraterna era para evitar la fatiga de tratar a los demás por su nombre. Claro, no es en todos los casos, pero esta dinámica nos muestra un ejemplo de la despersonalización en la que puede caer una hospitalidad simulada, de modo que la hospitalidad de la que hablamos es la que nos lleva a encontrarnos con el otro (Decía Lévinas que cuando se nombra es cuando existe).
Al servicio del prójimo
Aunque no es tan fácil como cambiar de actitud, estas dinámicas comunitarias despersonalizadas que generan iglesias para gente de iglesia, es un fenómeno de algo más complejo, algo que le escuché al padre Antonio Kuri llamar el AHB (Ataque, Herida, Bloqueo), y que es cuando nos instalamos en una actitud interna que nos pone a la defensiva, incluso sin quererlo, porque percibimos las interacciones en la comunidad como un Ataque, como una Herida o como algo que provoca un Bloqueo y actuamos en consecuencia, comenzamos a ver situaciones como una agresión personal, nos volvemos susceptibles y actuamos como si todo nos hiriera, nos duele que no nos tomen en cuenta o que haga nuestro servicio otra persona a quien terminamos criticando y Atacando, Hiriendo o Bloqueando (AHB), cerrando así el círculo vicioso que necesitamos romper.
Revisemos un poco la distribución de los asientos en las fiestas principales de nuestras parroquias, acaso no están en los mejores lugares los ministros, los catequistas, los lectores… Más allá de que algunos de ellos prestan un servicio litúrgico y sería poco práctico que se sentaran en las últimas bancas, la imagen que muchas veces proyectan es de división, elitismo, segregación, y que terminan alejando a quienes asisten por primera vez al templo o lo hacen después de no asistir por mucho tiempo, muchas veces es la razón por la que prefieren quedarse atrás y no participar.
Nos decimos hermanos, pero nadie nos da la bienvenida al llegar a casa, mucho menos cuando tiene muchos años que no nos acercamos a ella. Como actitud humana debemos de considerar la del Buen Samaritano que atento al camino, a las periferias, ve al hombre que había sido asaltado, se acerca a servirle curando sus heridas y camina con él hasta la posada donde lo seguirán atendiendo. Estas tres acciones de ver, curar y caminar, son las mismas por las que podemos ser condenados, si tu ojo es causa de pecado o tu mano o tu pie, es decir, cuando no los ponemos al servicio del prójimo.
Las acciones de una Iglesia renovada
En términos comunitarios, vivir la hospitalidad tiene que ver con la auténtica empatía y el aprender a compartir, sobre todo debe ser ejemplar al interior de las pequeñas comunidades, los ministerios parroquiales y especialmente en los sectores en los que esté dividida la parroquia, donde se deben crear espacios para convivir compartiendo los alimentos, especialmente aquellos preparados por nosotros mismos.
La raíz antropológica de la comida es sumamente profunda y hospitalaria, tiene que ver con identidad, aceptación, placer, convivencia, familia, amistad; no hay mejor rompehielos que comer con alguien. En la comida se habla fácilmente de uno mismo, de lo que le pasó en el día, de cómo se siente o de las cosas que le gustan, y esta dinámica acerca, hermana sin hablar ni una sola palabra de religión o de rezos qué aprender o mandamientos qué cumplir. En esta parte comunitaria del principio de hospitalidad se vive la empatía, la igualdad y la sencillez familiar de la que nos habla el evangelio, pero que al conceptualizar, desencarnamos y terminamos convirtiéndolo en palabras bonitas que pocos entienden.
Pero no solo se trata de organizar convivios y comidas, es echar mano de las cosas cotidianas que son poderosas para que las acciones de una Iglesia renovada cobren un nuevo sentido para las personas, especialmente los más alejados. Un ejemplo es el nombre ¿Sabes cuánto esfuerzo se invirtió en tus primeros años para que aprendieras tu nombre, para que lo dijeras y luego para que lo escribieras? Tal vez no lo recuerdes, pero lo puedes ver en los pequeños que tienes cerca; el nombre es algo muy poderoso que nos identifica, y hasta nos “suaviza” cuando se trata de un nombre en diminutivo que nos gusta, y que al suplirlo por un “hermanito”, te convierte en parte de un grupo, pero finalmente despersonalizado. Incluso decimos que Dios nos llama por nuestro nombre, pero nosotros muchas veces no.
Sentirse bienvenidos
En una parroquia donde empezamos a implementar estos cambios, hicimos unos gafetes con el nombre de cada persona, y les pedí al final de la misa que lo guardaran y lo enmicaran, porque lo íbamos a usar todos los domingos. Ese gafete con el nombre se convirtió en una herramienta muy importante y para muchos fue trascendental, lo usábamos en cuatro momentos en la misa: primero para romper el hielo y saludarnos, segundo, para darnos la paz, tercero para dar la comunión y cuarto para orar por los que así lo solicitaran, claro, todo por el nombre de cada persona.
Aún recuerdo a muchas personas llorar al escuchar que recibían el Cuerpo de Cristo por su nombre y tenemos muchos testimonios de personas que regresaron a la misa dominical porque se sintieron bienvenidos. Muchas veces no atinan bien a describir lo que experimentan en una parroquia hospitalaria, dicen cosas como: “Me gusta cómo dice la misa” o “La misa ahí es bonita”. Lo que yo escucho es: Me siento bienvenido.
El ámbito espiritual del ser hospitalarios tiene que ver con el cumplimiento del mandato del Señor de hacer discípulos a todas las gentes y que nos ha dado no solo de forma directa, sino que lo veo presente en todas las estructuras de enseñanza que están en el evangelio como las bienaventuranzas, las parábolas, las unidades discursivas, etc. Un ejemplo que les quiero compartir hoy, de muchos que tengo, es el del Padre Nuestro.
La hospitalidad compasiva
En la dinámica inicial que les hablé de conversión parroquial en un artículo anterior, decía de nuestra vivencia cotidiana cómo creer-comportarse-pertenecer en una iglesia para gente de iglesia, y que esto debería de cambiar a pertenecer-comportarse-creer para vivir la conversión pastoral, también cómo en esta misma dinámica se demuestra la vivencia de la hospitalidad compasiva de la que nos habla el Evangelio. Este mismo esquema de dar primero pertenencia, identidad, se repite, como lo he dicho, en muchas partes de la Sagrada Escritura.
Las 9 sentencias que conforman el Padre Nuestro, son una muestra de esto, primeramente se nos da una pertenencia, una identidad con las tres primeras: Padre Nuestro (nuestro objetivo e identidad) que estás en el cielo (un objetivo trascendente), santificado sea tu nombre (pertenencia a un fin práctico que me involucra); en la segunda parte, sobre el comportarse, no se trata de reglas, sino de metas: venga a nosotros tu Reino (nos da un objetivo, una tarea), hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (nos da una dinámica de vida), danos hoy el pan de cada día (nos propone el centrarnos en el hoy); y finalmente la tercera que corresponde al creer, no se trata de dogmas como lo mal entienden aquellos que hablan del dogmatismo sin saber, sino de las implicaciones del creer: perdónanos como también nosotros (nos lleva a hacer comunidad en consecuencia), no nos dejes caer en tentación (evitar deshumanizarnos) y líbranos del mal (vivir en la libertad de los hijos de Dios).
Sin duda, reflexionar sobre la oración dominical ha dado y seguirá dando material para escribir muchos libros, aquí solo quise mostrar un poco de la profunda fundamentación que la Sagrada Escritura ofrece a la renovación parroquial. Tal vez más adelante convendría seguir ahondando en estos ejemplos, que sin duda nos muestran los alcances tan extraordinarios de la dinámica del Padre que nos busca y que nos da la identidad de hijos como muestra de su amor y de que el Padre Nuestro nos enseña un itinerario discipular. Si viviéramos sólo esto, seríamos compasivos hoy mismo.