Les cuento que a veces, siento que mi amiga esperanza se quedó sin combustible y tengo que empujarla.
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La esperanza invita a mirar el futuro con confianza, a creer que lo malo acabará o se convertirá en bueno, a no tenerle miedo al otro, a tener segundas oportunidades, a pensar que cualquier autoridad (social, política, religiosa, deportiva) hace lo mejor por los demás, a que lo malo que pensamos no ocurrirá. Esperar es presentir que vamos para el mismo lado y llegaremos a esa meta. La esperanza traspasa culturas y nos da identidad.
Hace un año, cuando el Covid cobraba poder, charlaba con un amigo y me decía “ya van a empezar a morir personas cercanas”; lo escuché, pero esperaba que eso no ocurriera. Confiaba en la meta de acabar pronto con el virus desde la medicina y desde la solidaridad.
No se cumplió mi meta, sino la predicción de mi amigo. Ya perdí la cuenta de personas cercanas y de las que aún sin conocer, he rezado por ellas y han muerto. Es ahí donde siento que mi auto verde llamado esperanza se quedó detenido y mudo, yo lo empujo como puedo y no logro hacerlo andar ni un metro para sacarlo del lugar incómodo en donde me dejó.
Releo lo que escribí desde el corazón y me digo ¿cómo termino esta columna? Y aún más ¿cómo termina todo?
El tesoro de los débiles
Me parece que la esperanza es una virtud que no se ve, necesita del futuro. La esperanza es arriesgada, es lo último que muere, es el tesoro de los débiles. Y ¡necesita mucha paciencia! La esperanza no es egoísta, no actúa sola; además de la paciencia va unida a dos hermanas mayores que se llaman fe y caridad. Ellas la alimentan, son su combustible.
Creo que no es arriesgado pensar que el covid, el dengue, el ébola, la desertificación, el cambio climático y más, han llegado porque no se cumplió lo que Dios esperaba de nosotros: que cuidáramos la casa común y que nos cuidáramos formando una amistad social. También puedo afirmar que hemos hecho de la esperanza una virtud individual, un autito propio que conduzco sin considerar otras metas. No le pusimos el combustible de la fe y sobre todo el de la caridad, la fraternidad. De ese modo la confianza, el futuro se presentan como imposibles. La esperanza pasará, la fe pasará, pero el amor no pasará jamás.
Este momento nos demuestra que tenemos que empujar a la esperanza todos juntos, desde lo que somos y desde donde estamos. Desempolvar la fe en el Creador y poner a andar la caridad. Con estas dos herramientas el auto común de la esperanza hace que desde la oscuridad de un futuro incierto para ir hacia la luz. La virtud de la esperanza nos da tanta fuerza para caminar en la vida.
Cada vez que generamos un encuentro con quien necesita de la caridad, la esperanza cobra vida en el corazón. Siempre que, con sencillez y de modos diferentes, expresemos a las autoridades nuestra dignidad de hijos de Dios, allí surge la hermandad que se hace fraternidad.
A veces pienso demasiado en lo que espero y me olvido de en Quién espero. Es ahí cuando surge la imagen de mi autito verde detenido.
Será cuestión de bajarse del autito y subirse al colectivo de la fe y de la caridad. ¡No se equivoquen de colectivo! En el destino tiene que decir Espero en Cristo resucitado.