La comunidad científica nos alerta con datos y evidencias de que si no cambiamos el ritmo de producción y consumo, que el capitalismo alienta, pronto será irremediable la supervivencia del ser humano en el planeta y también de otros seres vivos.
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Mientras tanto, organizaciones políticas, no gubernamentales y otros movimientos sociales apuntan a que es urgente realizar un cambio de rumbo en nuestra manera de concebir el progreso de los pueblos.
Hemos de ser conscientes de que los países opulentos, como el nuestro –aunque muchas personas apenas poseen migajas–, somos responsables de un sistema que para sustentarse genera dinámicas en países empobrecidos que se basan “en la apropiación a escala planetaria de los recursos naturales, la explotación a esa misma escala de la fuerza de trabajo y la externalización de los costes sociales y ecológicos”[1].
El reloj del planeta nos da poco tiempo para reaccionar. No solo es una amenaza el cambio climático con el aumento de los desastres naturales y la incesante elevación del nivel del mar, para poblaciones enteras. También lo es la degradación de los ecosistemas, la desertificación, como ejemplo, que incide directamente en el hambre e, indirectamente, en muchos conflictos cuyas causas ocultan el afán por el control de recursos cada vez más escasos, según el ritmo depredador que llevamos.
Los pobres, los más afectados
Además de las consecuencias de desastres naturales que afectan, en especial, a los más pobres, aumenta el desplazamiento de población, llamados migrantes climáticos, que huyen de la sed y el hambre, de la enfermedad, de la guerra…
Cuando el papa Francisco en su encíclica ‘Laudato si”, repite que todo está conectado, o en otros discursos, que todos estamos en el mismo barco o que no nos salvamos solos, por lo menos, quienes profesamos esta fe, deberíamos asumir con urgencia la necesidad de una conversión ecológica.
Esto requiere que cambiemos, también en nosotros y nosotras, esa cultura del consumismo y la depredación, por otra fundamentada en la austeridad, opuesta al derroche, y en el cuidado de las personas, en especial las más descartadas, y de la Tierra.
Cómo consumimos
Debemos tomarnos en serio cómo reciclamos, de qué forma no derrochamos ni el agua y la luz, qué medios de transporte empleamos, cómo consumimos, qué comemos y cómo respetamos los ciclos naturales en nuestra alimentación…
Pero debemos empujar para que se tomen decisiones políticas que piensen en un destino de bien común, sustentado en una vida buena.
Cuando se habla tanto de “Green New Deal” no podemos pensar en dar una pátina “verde” a un sistema que nos lleva al colapso, que entiende la producción sometida a los intereses del capital y en el que la dignidad y los derechos de los y las trabajadoras no son prioritarios.
Es el momento de que la economía esté al servicio de la fraternidad universal y nuestras decisiones políticas deberían hacerlo posible.
Estemos alerta, “mirar o no mirar, esa es la cuestión”[2], si miramos desde los vulnerables, revertiríamos la situación hacia un horizonte esperanzado.
[1] Álvarez Cantalapiedra, Santiago. ‘La gran encrucijada’. Madrid. Ediciones HOAC. 2019.
[2] Papa Francisco. Introducción a las ‘Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Climáticos’. Marzo 2021.