Si analizamos lo sucedido, al menos desde la primera Revolución Industrial (que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII), parece evidente que la humanidad ha prosperado mucho en el sentido de tener una cada vez mayor oferta de bienes y servicios.
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Esto ha llevado a que, en nuestro entorno, gocemos de un elevado nivel de vida para la media de la población, a la vez que hemos conseguido que estén garantizados servicios esenciales como la sanidad, la educación u otras prestaciones sociales. Sin embargo, no podemos ocultar que esta visión optimista tiene también sus sombras, y muy importantes, tal como nos ha explicado el Premio Nobel de Economía Amartya Sen en ‘Desarrollo y libertad’ (2000).
En primer lugar, nosotros destacaríamos la desigualdad en nuestro planeta: hay países realmente pobres, y más si los comparamos con los más ricos. La pobreza extrema de tantos seres humanos que no logran cubrir sus necesidades básicas es la principal tragedia para nuestro sistema económico.
Por otro lado, la terrible crisis que comenzó en 2007 ha aumentado también la pobreza y las desigualdades en nuestro entorno cercano; de la misma manera que lo está haciendo la crisis del COVID-19, crisis sanitaria con desastrosas consecuencias económicas.
Economistas preocupados por la desigualdad
Afortunadamente, hay muchos economistas que se han preocupado por la desigualdad. Una de las máximas figuras de la ciencia económica, Alfred Marshall, economista británico que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, confiesa que se decidió a estudiar economía tras visitar durante sus vacaciones los barrios más pobres contemplando los rostros de la gente.
De su discípulo y sucesor en la cátedra de Cambridge, Arthur Pigou, se dice que recibía a sus alumnos con estas palabras: bienvenidos los que desean aumentar sus conocimientos de economía porque planean administrar la empresa familiar, bienvenidos también quienes tienen talento matemático y buscan un área donde poder aplicar su habilidad, pero más bienvenidos sean quienes han caminado por los barrios pobres de Londres, se han sentido conmovidos por la miseria, y vienen en busca de remedios para esos males.
En esta misma línea, nos alegró la concesión del Nobel de Economía 2019 a Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer, por su aproximación experimental para aliviar la pobreza global.
Modelo de desarrollo injusto y no sostenible
La pobreza y las desigualdades explican en gran parte las avalanchas migratorias que se están produciendo en Europa o América, demostrando que el modelo de desarrollo que hemos seguido hasta ahora, además de ser injusto con los más desfavorecidos, no es sostenible. Como tampoco es sostenible que agotemos los recursos naturales, que acumulemos gran cantidad de residuos o que deterioremos gravemente la vida en el planeta.
Para la Real Academia Española, “sostenible” significa “que se puede sostener”, y “especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. En 1987, una comisión presidida por la doctora Gro Harlem Brundtland (entonces primera ministra de Noruega) preparó un informe para Naciones Unidas donde apareció el concepto de desarrollo sostenible.
Según el ‘Informe Brundtland’, la sostenibilidad radica en satisfacer las necesidades de la presente generación sin comprometer las posibilidades de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Hoy hay un alto consenso social sobre la necesidad de lograr un modo de desarrollo que sea sostenible, tal como propugnan los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); es muy importante que cuidemos el planeta, pero también a los millones de seres humanos que lo habitamos, como magistralmente nos explica el papa Francisco en la encíclica ‘Laudato si’ (2015).
Generar riqueza y repartirla
Necesitamos trabajar en un desarrollo sostenible, que permita cubrir las necesidades básicas de todos los seres humanos (incluidos nuestros descendientes), disminuir las desigualdades y respetar al planeta y a sus moradores (medioambiente, ecología…). La economía trata de generar riqueza y repartir la riqueza generada, hemos de buscar modelos que consigan hacerlo respetando las tres generaciones de derechos humanos.
La economía y la política deben abordar estos retos pensando en todo el planeta, más en una época de globalización como la actual: es preciso encontrar modelos que permitan a todos los seres humanos ejercitar sus derechos civiles y económicos, y para ello, desde la economía, hemos de conseguir que todos tengamos posibilidades reales de acceder a bienes y servicios básicos, y a un desarrollo que mejore la calidad de vida, como apunta Amartya Sen.
Pero esta visión muy amplia, estas metas, exceden los objetivos de este trabajo; nuestras aportaciones van en esa línea, y podrán coadyuvar para acercarnos a esas metas, pero vamos a centrarnos más en cómo deben funcionar las empresas.
Ética y viabilidad económica
En los últimos años están tomando mucha fuerza conceptos como la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), la Sostenibilidad, la Inversión Sostenible y Responsable (ISR)…, que abordan la necesidad de que la economía y sus agentes respeten los intereses de toda la sociedad (incluidas las generaciones venideras); es lo que denominamos, genéricamente, “Sostenibilidad”. Y esta idea debemos sustentarla en la ética y en la viabilidad económica.
La sostenibilidad puede apoyarse en sólidas bases éticas (como los mencionados derechos humanos); en este trabajo trataremos de basarla en y enriquecerla con la Doctrina Social de la Iglesia católica. (…)
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Índice del Pliego
INTRODUCCIÓN
Sostenibilidad empresarial
FUNDAMENTO ÉTICO
Doctrina Social de la Iglesia
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y SOSTENIBILIDAD
Principios complementarios y valores
Desarrollo humano integral
Otros aspectos
UNA SOSTENIBILIDAD ENRIQUECIDA