Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Derechos Humanos, la religión más profesada y menos practicada


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No, no es una idea propia de ponderar a los Derechos Humanos como una religión. El comentario es señalado por el teólogo latinoamericano, Enrique Cambón, en su libro sobre el ateísmo, en el que dice: “Los derechos humanos son la ‘religión de los ateos»”.



Sin embargo con este comentario no se pretende abordar el tema del ateísmo, sino el de la praxis misma de los Derechos Humanos, ya que en su justa dimensión estos son el accionar de luchas comunes y esfuerzos conjuntos entre creyentes y ateos, un terreno compartido en la vivencia del hecho social.

Si los DDHH son una “religión” evidentemente sería la más profesada en la actualidad, pero la menos cumplida en la realidad, pues sobran ejemplos que lo corroboren.

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El triste panorama de América Latina

Lastimosamente hay gobiernos en nuestro continente que con la fuerza de la autoridad no son capaces de reconocer sus propios límites; aplastan, atropellan, someten y esclavizan al pueblo, incluso niegan cualquier resquicio de ciudadanía a sus gobernados.

Sí, sí, sucede hoy en nuestros países; personas que se arrojan a un río de más de 18 metros de profundidad con ancianos y niños recién nacidos acuestas, o se lanzan a la cubierta de trenes que alcanzan límites extremos de velocidad. Escapando de esos gobiernos que hablan abiertamente de Derechos Humanos.

Para nadie es un secreto que en nuestros países, los manifestantes son reprimidos con el uso excesivo de la fuerza y los heridos con armas de fuego ya no son una novedad. De igual manera sucede que la violencia haya alcanzado niveles extremos contra mujeres y niños, y que los aparatos de justicia sigan maniatados por presiones políticas.

Se incendian iglesias, confiscan periódicos, cierran emisoras de radio, enjuician a civiles en tribunales militares, niegan la vacuna a personas por no estar inscritas en el partido político oficial. Estas cosas pasan y siguen pasando.

Tampoco hay consensos para salidas democráticas, y quien disienta del régimen político es denominado enemigo y traidor. Y es así como pequeños dictadores de un par de países se niegan someterse a procesos electorales transparentes, en pleno siglo XXI, a la vista de todos.

Lo peor es que, aliados de esos gobiernos, se hagan los no enterados de esta reiteradas situaciones e incluso, cuando hay algún proceso judicial en escenarios multinacionales e internacionales, el apoyo recae en la ideología del partido y no en el pueblo herido y sufriente que es mancillado desde el poder.

Así podríamos seguir con una lista interminable de casos específicos, en los que por pasiva o por activa, todos tienen su cuota de responsabilidad, en un escenario dantesco de millones de víctimas que siguen escuchando los rezos y loas a la nueva “religión” de los Derechos Humanos, en un discurso de la boca para fuera.

Los Derechos Humanos no son ideología

Para la Doctrina Social de la Iglesia, los Derechos Humanos son una conquista humana, son el ejercicio práctico de la dignidad de la persona, son una condición connatural  y no deben ser interpretados como concesiones jurídicas desde el poder.

Es que los Derechos Humanos no son una tabla de Bingo, en el que con una combinación de letras y número se pretende determinar cuál cumplir o no. No son una lista de supermercado de libre elección, sino que son garantía de un auténtico desarrollo integral.

Los Derechos Humanos son indivisibles, tienen el mismo nivel jerárquico, aunque en la lógica de ordenamiento tengan una interrelación. Es tan necesario el derecho a la vida, como el derecho al trabajo, como a la libertad de pensamiento, como la libertad religiosa.

No son ideología, no son parcialidad, son la integralidad de la persona y deben estar siempre enfocados hacia el bien, y no a la reducción de una decisión particular.

Por ello, parte de la solución es poder hablar de estas situaciones, no normalizarlas y educar a las generaciones venideras a la comprensión de estos principios como fundamento de futuro, y sobre todo, no caer en discursos abstractos y estériles en los que se justifique la vulneración de algún derecho del que tenemos al lado.