Los católicos al igual que los servidores públicos, tenemos una obligación, un deber, que es también nuestra misión, transmitir los valores, principios y enseñanzas de nuestra Fe a todos nuestros conciudadanos, no solo a nuestros hermanos que comparten nuestra Fe, sino a todos nuestros prójimos.
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En especial a quienes más sufren en estos tiempos tan difíciles que ponen a prueba, nuestro espíritu y nuestra templanza. Este mensaje de esperanza y solidaridad debe llegar a todos nuestros hermanos, incluso a quiénes no comparten nuestras creencias.
Esfuerzos mancomunados
Son tiempos, que requieren de un esfuerzo mancomunado de todos nosotros, dejando de lado los egos y mezquindades que a veces anidan en el seno de nuestra sociedad, son tiempos en los que debemos apostar a que afloren los sentimientos que denotan lo más sublime del espíritu humano, del amor fraterno, de la humildad y de la piedad.
El advenimiento de la pandemia, que ha puesto en jaque nuestra forma de vivir, surge como una gran oportunidad para hacer crujir los cimientos de una sociedad que en gran medida ha dejado de lado muchas de las acciones y costumbres que distinguen nuestra esencia como personas y como creyentes.
Pero esta una oportunidad única para la humanidad, para todos nosotros, para volver a encontrarnos en el camino de la unión, la confraternidad y la solidaridad.
La historia de la humanidad nos da muchos ejemplos, de cómo determinadas situaciones de excepción marcaron hitos que permitieron sentar las bases de nuevas etapas en el desarrollo de nuestra civilización.
Sentado ello, y en directa relación con nuestra pertenencia a la grey católica, surge un desafío primordial y trascendente, que esta etapa de gran angustia y sufrimiento nos sirva para recrear un cambio sustancial en nuestras prioridades.
Al ejemplo de Jesús resucitado
Como católicos, tenemos que cumplir una misión, dejar de lado la tibieza espiritual que implica todo lo relacionado con lo superfluo, lo banal, el libre albedrío, que nos aleja de nuestra misión, que no es otra que la de ser testigos y mensajeros del Amor de Cristo, y que se cumpla con el legajo de una Iglesia Viva y que encarna esa misión como Pueblo de Dios.
Los argentinos somos un pueblo creyente, y eminentemente católico, la presencia de Dios Nuestro Señor y la Virgen Santa María está en nuestros orígenes, en nuestra historia y en nuestra vida.
Los diversos obstáculos, pruebas y desafíos que hemos debido enfrentar como miembros del Pueblo de Dios no han podido apagar el fuego de nuestro Fe, porque somos conscientes de lo que significa ser parte de una religión que ha erigido y edificado sus cimientos en una profunda compenetración de los designios de esta Fe, pues quién cree vive y lleva a Dios en su corazón.
No podemos concebir a nuestra Fe, sino es a través del ejemplo vivo de Jesús Resucitado, Él vive en cada uno de nuestros prójimos, sobre todo en nuestros hermanos más humildes y necesitados.
El compromiso de los argentinos
Nuestro mayor desafío en esta encrucijada, es volver a nuestros orígenes, a nuestra humildad, a nuestro sobrecogimiento espiritual, y que estas premisas se transformen en virtudes católicas del buen hijo de Dios, cada uno cumpliendo nuestra misión desde nuestro lugar, desde un aporte como miembro de nuestra sociedad.
Los argentinos estamos llamados a ser valientes, a contribuir con un compromiso militante a cambiar varios fragmentos del status quo se vislumbra en nuestra Patria, y que se aleja de los preceptos y de los valores cristianos.
Debemos ser valientes, nobles, dignos y comprometidos para llevar adelante esta misión y que nuestro aporte ciudadano nos permita superar las flaquezas y debilidades nacidas de la tibieza, de indiferencia y del desamor hacia nuestros hermanos.
Este ineludible y magno desafío que debemos afrontar desde cada uno de los lugares de responsabilidad y compromiso que detentamos en nuestra comunidad que no es otro que encarnar el amor fraterno que todo católico debe llevar adelante nos permitirá sin dudas, mantener y hacer refulgir entre la zozobra y las penumbras que ha dejado la pandemia, encendida la luz de nuestra Fe, siempre a través del cumplimiento de nuestra misión.
En mi caso, como funcionario público, no solo deberé mantener firmes mis convicciones, valores y principios, deberé dejarme abrazar por el viento cálido de la templanza, la fortaleza y de la piedad, solo así podré ser parte y realizar un aporte para lograr que nuestra sociedad argentina alcance nuestro mayor desafío ser una sociedad donde prime la justicia, la benevolencia y la solidaridad.
Escrito por Ramón Bogado Tula, Juez Titular del Juzgado de Responsabilidad Penal Juvenil 2 de San Martin, Provincia de Buenos Aires, República Argentina y Miembro de la Academia de Líderes Católicos