El día 1 de junio, Ángel Gómez Fuentes escribía en el diario ABC: “El más difícil en el mundo del arte lo ha protagonizado el artista plástico Salvatore Garau (Santa Giusta, Cerdeña, 67 años). Por primera vez ha logrado vender en una subasta una escultura inmaterial, es decir, que ni siquiera existe, por 15.000 euros. El título de la provocadora escultura es ‘Io sono’ (‘Yo soy’). Al contrario de lo que ese título sugiere, no hay nada. O, si existe algo, está en la mente y en las intenciones del artista, que ha logrado elevar la nada a arte con solo pensarlo”.
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Ciertamente, noticias como esta parecen dar la razón a aquellos que dicen que el mundo se ha vuelto loco, o al menos que está patas arriba. Porque, hasta ahora, todo el mundo parecía convenir en que la creación era justamente sacar algo de la nada, no concebir la nada precisamente como punto de destino.
El Creador
Parece un dato adquirido que, según la Escritura, Dios creó el mundo de la nada. Aunque, hablando con propiedad, esta es una expresión que solo aparece en un libro bíblico aceptado como canónico por católicos y ortodoxos, y como apócrifo por judíos y protestantes. Me refiero al segundo libro de los Macabeos, donde se afirma: “Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el género humano” (2 Mac 7,28).
En el conocido texto que abre la Biblia, que es la principal referencia para la idea de creación, Dios crea de la siguiente manera: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Gn 1,1-2). Aunque parezca que Dios crea a partir de un “material” preexistente, lo cierto es que esta clase de textos han de ser leídos en su propio contexto cultural, donde la idea de “nada” es difícil –por no decir imposible– de concebir. También el ‘Enuma Elish’, el poema babilónico de la creación, comienza de una manera parecida: “Cuando en lo alto el cielo aún no había sido nombrado, y abajo la tierra firme no había sido mencionada con un nombre, solos Apsu, su progenitor, y la madre Tiamat, la generatriz de todos, mezclaban juntos sus aguas”.
Con permiso de Salvatore Garau, dejemos que la creación –incluida la artística– discurra de la “nada” a “algo”, y si ese algo es bello y bueno, mejor.