En días recientes se ha abierto nuevamente el debate clasista en México vinculado al resultado de las elecciones del pasado 6 de junio. No es para menos, la polarización social ha quedado demostrada a pie de calle, en el territorio.
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El debate de clases en este punto es una trampa que nos aleja de una reflexión más profunda, la de la desigualdad. Esta se manifiesta de muchas formas, no solamente con el nivel de ingreso, tiene que ver con el acceso a servicios, a educación de calidad, a oportunidad de empleo, al entorno favorable y seguro para el bienestar.
De acuerdo con los datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) “la pandemia de Covid-19 solo ha exacerbado estas disparidades extremas. Millones de hogares en toda la región luchan por sobrevivir, tras ver caer sus ingresos a raíz del cierre y el deterioro de negocios, el aumento del desempleo y la salida de la fuerza laboral, y las limitadas oportunidades de trabajo remoto durante los extensos períodos de confinamiento. Sumado a redes de seguridad inadecuadas para los trabajadores de bajos ingresos, vulnerables e informales, esto ha llevado a una situación de pobreza creciente en la región“.
La desigualdad
Precisamente, la desigualdad se siente más en esta región, siendo la segunda con mayores brechas entre su población. En México, hemos visto cómo la pérdida de empleo y la precarización de los ya existentes ha dejado pronósticos alarmantes en términos del aumento de la pobreza por ingresos para los próximos años. Aunado a una racha restrictiva de políticas sociales y de salud, en años precedentes, supusieron para millones de mexicanos un acceso restringido y privilegiado a servicios básicos de calidad como la salud.
De acuerdo con el destacado trabajo de Oxfam, FUNDAR y CIEP en México ‘Proyecto la vacuna contra la desigualdad’: “la falta de medidas y programas adicionales por parte del Estado mexicano para enfrentar la crisis económica ha puesto a millones de mexicanos en medio de un dilema: cuidar su salud y la de sus seres queridos o mantener su empleo arriesgando su vida y su salud, solamente de un 20% a 23% de la fuerza laboral puede llevar a cabo sus labores vía remota”.
La desigualdad también es un freno para la movilidad social, definiéndose como la posibilidad de transitar a un mejor escenario de ingreso económico. En México la evidencia demuestra que es improbable que los jóvenes tengan la posibilidad de movilidad social en relación a la generación de sus padres y madres solamente como producto de los esfuerzos individuales y familiares. Puesto que hay una ausencia de estrategias gubernamentales para redistribuir la riqueza. Y peor aún, se perfila de forma intencionada o no una tendencia a drenar profundamente las arcas públicas que pueden ofrecer oportunidades sostenidas de superación a través de la educación, el deporte, el emprendimiento.
La conversación sobre las clases sociales puede terminar convirtiéndose en un debate sin rumbo, vale más empezar a mirar el horizonte más amplio de nuestra economía enferma y sus consecuencias. El papa Francisco ha señalado que una economía enferma produce el virus de la desigualdad “cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando. No, esto es desolador”. Este asunto es impostergable, llegó el momento de hacer algo más.