Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Re-evolucionando en nuestros vínculos amorosos: la última cama UTI para nuestra salvación


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“Los vínculos son el modo humano de denominar a la red amorosa que une a todos y a todo en un solo cuerpo armónico y saludable; son la manifestación del Reino de Dios. Sin embargo, este cuerpo que formamos entre todos está profundamente enfermo ya que sus vínculos están dañados a todo nivel y exigen una urgente reparación para evitar nuestra muerte y la desaparición del mundo que Dios nos prestó”.

Si pudiésemos hacer un diagnóstico al ser que todos formamos como humanidad (incluido el planeta), en estos momentos estaríamos siendo ingresados a la Unidad de Tratamientos Intensivos (UTI) para intervenir con suma urgencia a un enfermo en estado agónico y con peligro de muerte real. Hay hemorragias e infartos en todas partes, manifestadas en guerras, divisiones familiares, estallidos sociales, polarización política, crisis económicas, religiosas e institucionales por nombrar solo algunas. Los órganos apenas cumplen su función, lo que se expresa en la ingobernabilidad, en el calentamiento global, en las migraciones forzadas, en la desigualdad y extensión de la miseria, en la pandemia, en las enfermedades mentales y tantos dolores que expresan que ya el ser humano no da para más. Para peor, las bacterias y virus hacen fiesta con sus fuerzas empeorando la presión y disminuyendo a niveles extremos la oxigenación con males tan terribles como el narcotráfico, el abuso de mujeres, el abuso de niños, niñas y minorías, la explotación humana, la depredación de la naturaleza, o políticos y grupo económicos inescrupulosos que atentan contra la vida y se pavonean de cuidarla. Estamos a las puertas de un deterioro fatal que requiere medidas drásticas para salvar, pero también un análisis certero de sus causas para no fallar en el tratamiento más eficaz. Cualquier historiador podría decir que en toda la historia humana ha habido situaciones terribles y dolorosas, pero como hoy, con un planeta en franca degradación y con una sobre población descomunal, jamás había sucedido antes.



Salud y enfermedad: el origen de la urgencia actual comenzó como un pequeño cáncer hace un par de siglos atrás cuando se instauró la creencia de que somos seres delimitados, separados, desvinculados unos de otros, de la creación y de Dios, y que a través del rendimiento y el producir para nuestro propio beneficio, se aseguraba el bienestar, la felicidad y la “salud” particular y, por la política del “chorreo” se creía que esa llegaría a los demás. Esta negación a las enseñanzas de Jesús (que nos dice que somos hijos de Dios, hermanos y que vivimos en un hogar compartido) implicó que cada “célula” o ser humano se olvidara que era parte de un sistema mayor y dependiente directamente del hábitat para su supervivencia, comenzando a competir por tener más que las demás y a depredar su ambiente para acaparar. Para ello, se afanó en “hacer” por sobre todas las cosas, se vanaglorió con sus resultados y se creyó omnipotente y super poderoso, desconociendo su fragilidad, necesidad y genio singular. Se olvidó que era creatura, que es un tejido vivo con los otros y con la naturaleza y esta “célula” se volvió loca, reproduciéndose a sí misma sin control y pasando a llevar a las demás.

Primer aniversario del ingreso del primer paciente con COVID-19 en la UCI del Hospital

Pasos para reparar

  1. Conciencia de enfermedad: como “ser mundo” colectivo y también cada uno de nosotros en su particularidad, hasta un poco antes de la pandemia, habíamos “comprado” el engaño de que estábamos completamente sanos. Desgraciadamente, el cáncer estaba avanzado y causando ya algunas molestias, pero estábamos ciegos y sordos a tomar conciencia de que algo andaba mal. Solo ahora, casi dos años después de los primeros síntomas de una grave enfermedad, hay algo más de conciencia de que el modo de relacionarnos que teníamos antes ya no daba para más; que íbamos directo a la muerte del planeta, de la humanidad y de cada “célula” humana en particular. No obstante, todos los síntomas, evidencias y heridas sangrantes de la humanidad y la creación, aún persisten muchos que creen que esto es sólo una manipulación ideológica y algo circunstancial que pronto va a pasar. Sería ceguera negar los hilos de unos pocos que buscan su provecho personal en el contexto actual, pero sería demencia no darnos cuenta de que el sistema mundo necesita cambiar radicalmente su modo de relacionarse para que sea más justo, más fraterno, más colaborativo, pacífico y sustentable en el presente y la posteridad.
  2. Develar un mal estructural: con la miseria humana que provoca la pandemia del narcisismo, a diferencia de la propiamente material (donde muchas veces se vive una riqueza espiritual maravillosa en fe y solidaridad), los vínculos que debían nutrirnos comienzan a distribuir por todas partes energía tóxica de desconfianza, división, avaricia, vanagloria, resentimiento, rabia, impotencia y degeneración. Rápidamente surgió la violencia en gloria y majestad y no me refiero solo a la directa, sino también a la cultural, estructural y medio ambiental. Así, se fueron produciendo infecciones, gangrenas y muerte de algunos miembros de este “cuerpo” como son los vínculos tóxicos con el planeta, con la comunidad, con nosotros mismos y con Dios.
  3. Limpiar y sanar las heridas: Hoy, ya no solo hay que cuidar el mundo de las vinculaciones: hay que repararlas y cada uno con sus medios y esfuerzos debe convertirse profunda y radicalmente, y ponerse en acción. La cruzada de los vínculos hoy debe convertirse en una “Re-evolución Amorista”, no exenta de dolor y conflicto, del modo de relacionarse de la humanidad basada en el amor como vínculo fundamental entre todos y con todo lo existente. Al hablar de re-evolución me refiero a un concepto nuevo que combina el renacimiento y evolución de la especie humana y su interacción con la naturaleza y su entorno, con revolución propiamente tal en el sentido de cambiar radicalmente el paradigma actual que está matando al ser humano y la creación. Como re-evolución jamás se avalará la violencia ni la destrucción, pero si anunciar una nueva manera de vivir, denunciar lo que está mal y consolar a los que sufren en la actualidad. Es un combate a muerte contra el mal. En todo proceso de renacimiento existe dolor y sufrimiento inevitables, que hay que acompañar con ternura y profesionalismo, ya que crecer implica crisis, pero también oportunidad.

Hoy todo cristiano debe encarnar en sí mismo y en su relación con los demás y el entorno, una transformación profunda y radical de su modo de ser y hacer, que le y nos permita transitar del paradigma actual del rendimiento, consumo, individualismo, depredación y deshumanización a un paradigma sustentado en vínculos nutritivos y generadores de vida con el planeta, con los demás y consigo mismo. Cada Amorista se convierte en una célula que “despierta” procesos de vida en los demás y puede comenzar a cambiar sus estructuras, instituciones y formas de relación sobre todo consigo mismo, los demás y el planeta. Es un anticuerpo, un antídoto, una cura a la enfermedad que aqueja al sistema mundo y que, si sumamos muchos, lo podemos mejorar. En la medida que cada uno vaya sumando diariamente actitudes, pensamientos y acciones concretas coherentes con esta visión, tanto a nivel personal como grupal, utilizando todos los medios y canales disponibles que puedan ayudar a esta transformación, cuidando siempre la libertad de las personas, la paz y lo bonito, como dice la cultura Muisca de Colombia, en el sentido de que sean acciones trascendentes y significativas, podremos rescatar al enfermo y verlo erguirse con salud y recuperar la alegría y la paz.