Solo corres hacia la frontera
cuando ves toda la ciudad
corriendo también;
tus vecinos corren más rápido que tú,
con aliento de sangre en sus gargantas.
Estos versos de la poeta anglo-somalí Warsan Shire pertenecen a Home (Hogar), un poema que fue repetido en forma de lema (en manifestaciones y redes) reivindicando la dignidad y el apoyo a los refugiados desde 2015. Frases que se han visto en mil pancartas en las que las más repetidas eran aquellas del arranque del poema: “Nadie deja su hogar salvo que su hogar sea la boca de un tiburón”.
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He escogido otras para encabezar estas líneas, al hilo de las llegadas recientes de migrantes a Ceuta. Con el poema yo también me pregunto qué o quién pone a sus hijos en una patera o que imán les atrae –empujados– a cruzar la frontera (o qué causa hay para volver y/o ser devueltos) con más o menos tranquilidad según sean las motivaciones y entresijos estratégicos y legales (o no) ejercidos por las distintas partes en conflicto.
La fuerza del poema me ayuda para concretar el eco no apagado de la realidad migratoria de Ceuta (y Melilla). Dicho poema ha sido utilizado incluso para hacer pedagogía escolar con el tema migratorio. En concreto, Amnistía Internacional grabó en 2016 un vídeo adaptando al español el mismo poema y poniéndolo en las voces de alumnos del instituto Luis Sáez, de Burgos, en una semana cultural dedicada a personas que buscan asilo y refugio. Me recordaba lo que otros chicos de Burgos, desde hace varios años, siguen ofreciendo con sugerentes dibujos y escritos infantiles y juveniles en una muy acertada y rica campaña (dirigida por José Luis Lastra e Hilda Vizarro), que la Delegación de Migraciones de Burgos hace en torno a la Jornada de Migraciones.
Con esos dibujos también delante, repasé las voces de los estudiantes en el video de Amnistía Internacional y los versos que declamaban. Y no dejaba de cruzar esas palabras con los rostros que he visto estos días –¡miles!– de tantos niños pululando y bullendo por el agua y las calles ceutís “con fuego bajo los pies”. Y, como nos recuerdan otros versos similares: “Solo abandonas tu hogar cuando tu hogar no te permite quedarte…” o “Nadie deja su hogar a no ser que su hogar le persiga”. Aquellos y estos lo grabaron, escribieron y dibujaron desde su alma juvenil implicada, y sabiendo entonar y transmitir la fuerza que esconden las letras y la realidad. Con comprensión de colegas y personalizando sus versos en un tú que para ellos es prójimo.
Siguen en la calle
Los versos se transforman en consejos para comprender y asumir la realidad doliente de estos días. Porque la mayoría de los niños que cruzaron la frontera esta vez lo hicieron a pie, pero seguro que también habría otros muchos –o llegarán más pronto que tarde– con experiencia de arribada que también debemos solucionar:
¿Quién escogería pasar días
y noches en el estómago
de un camión
a no ser que las millas de viaje
signifiquen algo más que el viaje.
Preguntas muchas veces sin respuesta eficaz. Hay mucho interés escondido en el “negocio” de los controles fronterizos, entre ellos, el económico.
Los ecos siguen hoy. Son hijos de Dios llamando a nuestra puerta: Houssam, de 11 años; Marian, de 8, y Nour, de 5. Cruzaron familiarmente en la entrada masiva de estos días. Siguen en la calle porque a sus familias les impiden entrar en el CETI. Tienen nombre, vida. Mala vida. Y lloran las noches inconsolablemente en la calle.
Revelan la verdad del final del poema de Shire:
“Nadie deja el hogar hasta
que el hogar
es una voz húmeda en tu oído
que te dice vete, aléjate corriendo de mí,
no sé en qué me he convertido”.