Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. (EG, 49).
En este momento en que el mundo fue tomado por sorpresa por un virus mortal, la pandemia Covid -19 se agrega en Brasil el descuido del Estado de priorizar y proveer vacunas a la población.
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Eso por la existencia de un modelo económico que no toma en consideración la vida y atenta directamente contra los más pobres, migrantes, ancianos, desempleados, arrojando a miles de personas a la pobreza extrema, al hambre. Ha aumentado considerablemente el número de personas que viven en situación de calle; sus cuerpos se mueven de noche y de amanecer como carpas itinerantes donde Dios mismo se mueve en busca de acogida.
Hay miles de familias que están de luto por la pérdida de familiares y amigos por el Covid-19, que no pudieron llorar y despedirse en persona de sus seres queridos. Esto trae consecuencias como la depresión, la falta de sentido y perspectiva de vida, el miedo y la soledad.
¿Cómo ser Iglesia en estos contextos pandémicos y postpandémicos?
Otro factor es el avance de los grupos religiosos fundamentalistas, que fomentan el clericalismo y la autorreferencialidad, tan contrarios a la propuesta evangélica de Jesús de Nazaret y al modelo de una iglesia, en donde los pastores tienen el olor de sus ovejas como insiste el Papa.
Sin embargo, ante los desafíos que surgen y acompañan a toda la historia de la humanidad, Dios no deja nunca de caminar con su pueblo. Y la Iglesia es así uno de esos medios en los que Dios hace presencia y camino con la humanidad.
La Iglesia no puede callar, ella es por naturaleza un lugar de encuentro, de comunidad. De repente el mundo entero necesitaba revisar y reajustar su modelo de vida y la Iglesia necesitaba aprender con las nuevas tecnologías, utilizar los medios de comunicación social para anunciar la Buena Nueva del Evangelio, para alimentar y reavivar la fe, para llevar el Cuerpo y Sangre del Señor al menos virtualmente al pueblo.
De este modo los fieles acompañan las celebraciones eucarísticas desde sus hogares y también las familias comienzan a reunirse y orar alrededor de la Palabra de Dios, convirtiendo su casa en una pequeña Iglesia doméstica.
Y para cuando llegue la vida postpandemia, se insta a la Iglesia a vivir su compromiso bautismal como Comunidades Eclesiales Misioneras, según las últimas Directrices Generales; Iglesia como pueblo de Dios, comunidad de discípulos misioneros en salida, cuidadora de la casa común, promotora de la vida y la presencia de la escucha amorosa de las personas, que camina con las periferias y los centros urbanos, como lugar donde Dios habita.
Como subraya la Constitución pastoral ‘Gaudium et Spes’: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”, y esto vale no sólo para los católicos, sino para todas las personas y a toda la humanidad. Francisco continuamente llama a la Iglesia a ir más allá del territorio parroquial, a ser misionera, samaritana, profética, misericordiosa, por más desafiantes que parezcan los días. Por eso, vivir esta llamada requiere desapego, el desapego requiere ampliar la mirada, para ser como un hospital de campaña, necesita ligereza y amor.
Escrito por Zenir Gelsleichter. Secretario de Animación Misionera de la Arquidiócesis de Florianópolis, miembro del Consejo Misionero Diocesano, y de la Organización de las Santas Misiones Populares y miembro de la Academia de Líderes Católicos.