Vivimos tiempos en los que el perdón parece haber ocupado una buena parte de la escena. ¿Es bueno o conveniente perdonar –indultar– a unos políticos que han cometido graves delitos? ¿Ayudará, como dice el Gobierno, al encuentro y la concordia o, por el contrario, constituirá una injusticia que además no valdrá para nada, como afirma la oposición?
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En todo caso, esta situación me ha traído a la memoria un interesante libro del famoso cazador de nazis Simon Wiesenthal: ‘Los límites del perdón’. Dilemas éticos y racionales de una decisión (Barcelona, Paidós, 1998).
El libro consta de dos partes. La primera es un relato titulado ‘El girasol’; la segunda, una serie de reacciones de distintas personalidades –de diferentes religiones o sin religión– ante el dilema moral que plantea el relato. ‘El girasol’ cuenta la experiencia del propio Wiesenthal, que un día es sacado del campo de concentración donde se encuentra y llevado a un hospital. Allí yace un soldado nazi, gravemente herido, que desea el perdón de un judío por las atrocidades cometidas por él contra judíos en la campaña del frente ruso. La alusión al girasol es por los girasoles que Wiesentahl ve en las tumbas de soldados de las SS en el camino al hospital.
Un dilema
El dilema moral que se le plantea a Wiesenthal es si él puede aceptar la petición del soldado alemán y perdonarle. Él, al que ese soldado no ha hecho nada personalmente, ¿puede perdonar en nombre de otros, aquellos a los que el soldado sí agravió de una forma atroz?
En general, los autores judíos que participan en el libro son proclives a opinar que Wiesenthal no podía perdonar a ese soldado, porque el perdón –al igual que la falta o el pecado– requiere una relación personal: solo puede perdonarme aquel al que yo haya ofendido, nadie más. Por eso, la convicción que late bajo la fiesta judía del perdón, el Yom Kippur, es que ni siquiera Dios puede perdonar una ofensa que el ofendido “humano” no haya perdonado previamente.
Hay que reconocer que la idea de un perdón “personal e intransferible” –como se decía antes del DNI– resulta poderosa. ¿Deberíamos incorporarla nosotros?