Desde hace ya tiempo la flor del calabacín se ha convertido en una “delicatesen” gastronómica que ofrece muchísimas posibilidades al poder ser preparada de mil formas. No es, evidentemente, artículo de primera necesidad, pero no deja de ser curioso cómo la gastronomía no para de innovar para atraer a la mesa a personas de lo más variado.
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Hace unos días pude degustar, junto a una amiga, un plato con flor de calabacín preparada con queso. La fusión de sabores que resultaba de mezclar la parte principal del plato, la flor, con la guarnición, fue toda una experiencia. No siempre se trata de compartir experiencias gastronómicas poco comunes. Muchas veces el hecho de compartir la mesa crea un ambiente que permite que la conversación fluya, y los temas para hablar sean inagotables.
Los obispos de Estados Unidos, tan desunidos últimamente y hasta enfrentados con el asunto de permitir o prohibir al presidente Joe Biden comulgar por su apoyo al aborto, tendrían que sentarse a comer en torno a una mesa donde alguno de los platos llevara flores de calabacín entre sus ingredientes. Probablemente, en su mayoría, no apreciaran el sutil sabor de las mismas, ni la delicadeza con la que deben ser tratadas, y hasta es posible que alguno añadiera ketchup, pero, al menos, verían algo distinto y hasta podrían conseguir hablar sin tirarse los platos a la cabeza, aunque fuera de flores de calabacín.
Porque parece que andan algo enrocados –además de las influencias de ciertos grupos políticos y económicos de determinada ideología– en la actitud de aceptar o rechazar en la Mesa, léase eucaristía, a algunas personas olvidando algunas consideraciones.
Todos invitados por Jesús
Podríamos empezar porque a esa Mesa estamos todos invitados por el mismo Jesús quien, por cierto, no excluyó de la misma ni a Judas a quien indicó que hiciera lo que tenía que hacer, cuando ya habían terminado de cenar.
Otra consideración podría ser que, justo antes de pasar a comulgar repetimos estas palabras: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Estas palabras están sacadas directamente del evangelio (Mt 8, 5-11) y no fueron pronunciadas por uno de los habituales seguidores del Maestro, sino por un centurión romano que, con mucha fe, se acercó a Jesús reconociendo sus circunstancias y limitaciones. La cuestión es, ¿hay alguien realmente “digno” de acercarse a la esa Mesa?
Y podríamos añadir lo importante que sería tener en cuenta las palabras de Francisco, cuando dice que la eucaristía “no es el premio de los santos. Es el pan de los pecadores”, o cuando también dice “la eucaristía es una herramienta eficaz contra las cerrazones”.
Por eso invitaría a los obispos de Estados Unidos a que degusten flores de calabacín. Seguro que encontrarían más puntos de encuentro respecto a ellas, que respecto a la actitud de acogida sin juicios, sin prejuicios, y sin influencias de nadie de Jesús de Nazaret que, al parecer, les cuesta más. Y, por algo –aunque fueran flores de calabacín– podría empezar la vuelta al reencuentro, alrededor de una mesa, que les llevara a caer en la cuenta de que ellos son administradores, no propietarios del Pan de Vida que se entregó por todos, y de lo que hacemos memoria cada vez que nos reunimos en su nombre.
Estos obispos están abriendo una brecha mucho más preocupante, aunque no lo parezca, que los alemanes con su sínodo. Así que invitados están en torno a las flores de calabacín. Esperemos que, no tardando mucho, se sientan invitados, sin excluir a nadie, a la Mesa. Porque ellos también son invitados.