Durante el siglo XX, los Estados de las excolonias británicas deportaron forzadamente a centenares de miles de niños indígenas a internados, separándolos definitivamente de sus familias. En Australia, las Generaciones Robadas sumaron al menos 25.000 niños aborígenes sustraídos por el Estado e ingresados en 534 internados, muchos regentados por instituciones religiosas. Las deportaciones ni siquiera fueron registradas.
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— Revista Vida Nueva (@Revista_VN) July 4, 2021
En 2017, comenzó una revelación similar en Canadá. El Estado deportó a miles de niños indígenas a una red de 139 internados, la mayoría en manos de entidades de Iglesias. El objetivo era su escolarización y occidentalización para evitar que siguieran vinculados a familias y culturas nativas consideradas nocivas y en extinción. Se buscó también su evangelización, imponiendo el patrón romano, sin inculturación y abusando colectivamente de sus conciencias.
Como parte de ese abuso, comienza a documentarse un sistema en el que había maltratos y abusos sexuales. En los cementerios de los internados no se mantuvieron lápidas ni marcas, lo cual expresa el descuido del que fueron víctimas. En mayo, se detectaron 215 niños sin nombre enterrados en el internado de Kamloop y, quince días después, al menos 600 en el de Marieval. La investigación podría extenderse a Estados Unidos, donde hubo 367 internados para indios (84 de las Iglesias).
Perdón, reparación y desarrollo
Este fenómeno forma una red de borrado de la diversidad humana establecido por los Estados y del que las Iglesias fueron cómplices. Comienza un proceso doloroso con una única salida, ya indicada por el arzobispo canadiense Donald Bolan: ayuda eclesial para investigar todo, perdón, reparación y desarrollo. Y compromiso con la protección de la infancia: Survival denuncia que un millón de niños en el mundo están aún en internados similares –una parte religiosos– y la Iglesia debe luchar decididamente por su liberación.