La anécdota es bien conocida. “¿Dónde está la otra mitad de la Iglesia?”. La pregunta fue formulada por el cardenal Suenens, una de las figuras más prominentes del Concilio Vaticano II, a los padres conciliares haciendo notar la inconsecuencia que suponía declarar la igualdad fundamental entre el hombre y la mujer y, sin embargo, no tratar a la mujer en el mismo plano de igualdad. “La mitad del Pueblo de Dios son mujeres y están ausentes aquí”, concluía el arzobispo de Malinas. La reflexión que suscitó su intervención provocó la incorporación, en la tercera sesión conciliar, de 23 mujeres en calidad de auditoras. Entre ellas, se encontraba la española Pilar Bellosillo.
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Pablo VI les dio la bienvenida el 14 de septiembre de 1964, resaltando la novedad que suponía su presencia: “Nos alegra saludar a nuestras queridas hijas en Cristo, las mujeres auditoras, admitidas por primera vez para asistir a las asambleas conciliares”. Sin embargo, ninguna de ellas estaba todavía presente en el aula conciliar. Su paulatina incorporación se produjo a lo largo de las semanas siguientes. En el caso de Pilar, su nominación llegó el 21 de septiembre. Ataviada con mantilla, como era preceptivo para las auditoras laicas, se incorporó al tercer período de sesiones.
“Puedo deciros también que yo llegué al Concilio con un poco de miedo; temía a la teología y al latín”, confesaría más tarde recordando el histórico momento. Por aquel entonces, Pilar Bellosillo atesoraba a sus espaldas una larga trayectoria de compromiso eclesial en diversas organizaciones. Todas ellas representaban aquel impulso del laicado que, junto con los movimientos de renovación bíblica, patrística y litúrgica, o el naciente movimiento ecuménico, había sido uno de los grandes fermentos renovadores de la vida eclesial en las décadas anteriores al Concilio.
De la Acción Católica a la UMOFC
Era ya una figura destacada cuando recibió la invitación a participar como auditora en el Vaticano II, habiendo desarrollado una importante labor tanto en la rama femenina de la Acción Católica como en la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC). Desde su incorporación a la vida apostólica en la Acción Católica en 1934, había ocupado diversos cargos, hasta que, en 1951, fue elegida presidenta de su rama femenina.
En 1961, y tras diez años formando parte de su Consejo, llegó su nombramiento como presidenta de la UMOFC, una organización internacional que aglutinaba a más de cien organizaciones de mujeres de los cinco continentes. En el marco de ambos organismos, había puesto en marcha iniciativas que traspasaban las fronteras del mundo eclesial y se prolongaban hacia la sociedad civil, como los Centros de Formación Familiar y Social, las llamadas ‘Semanas impacto’ o la Campaña contra el Hambre. En ambas organizaciones, Pilar Bellosillo había trabajado fundamentalmente en dos campos: la acción en favor de la mujer dentro de la Iglesia católica y la acción en pro de la justicia y de la promoción de la mujer en la sociedad civil.
Auditora en el Concilio
El Vaticano II iba a convertirse en el gran acontecimiento eclesial de su vida. El que fuera primer Defensor del Pueblo tras la llegada de la democracia en España y presidente de Unicef, participante también en el Concilio como perito experto en problemas sociales, jurídicos y políticos, Joaquín Ruiz-Giménez, resumió así la trayectoria de Pilar Bellosillo y el significado que tuvo para ambos el evento conciliar: “Pertenecemos ella y yo a una generación a la que le ha tocado, durante el desarrollo de su vida, nada menos que esto: la I Guerra Mundial, la caída de la Monarquía en España, el advenimiento de la República, el Alzamiento Nacional, el Concilio Vaticano, y tantas otras cosas que todos conserváis en la memoria (…). Nos encontramos en el Concilio Vaticano II, y ese es un hecho capital en nuestras vidas. Los que estuvimos allí, aquellos años desde el 63 al 65, hemos quedado marcados y ya nada ni nadie, por más esfuerzos que hagan algunos, nos van a separar de esa línea. Es algo que está en lo más profundo de nuestros espíritus. Yo sé que está en el alma, en el corazón, en la inteligencia, en el dinamismo de Pilar (…)”.
Aproximarnos a la vida de esta extraordinaria mujer nos lleva a transitar por la historia eclesial y social del siglo XX, porque en su trayectoria personal cristalizaron algunos de los grandes impulsos eclesiales y no pocas de las causas sociales más relevantes que afloraron en el pasado siglo: el despertar del laicado, el ecumenismo, la apertura de la Iglesia al mundo, la lucha contra el hambre y la pobreza, la educación o la promoción de la mujer, son cuestiones que se entretejen con su historia y sus anhelos más profundos. Sin duda, estamos ante una de las grandes figuras de nuestra historia eclesial reciente.
Maestra dedicada a la Iglesia
Nacida en 1913 en recias tierras sorianas, en el seno de una familia numerosa, su juventud transcurrió al compás de los difíciles acontecimientos políticos que se vivieron en España en las primeras décadas del siglo XX. Nunca llegó a tomar posesión de la plaza de maestra que había conseguido tan solo unos días antes del comienzo de la Guerra Civil. Su interés por el mundo educativo había florecido al abrigo de sus estudios de Magisterio en la Institución Teresiana, a cuyos fundadores –Pedro Poveda y Josefa Segovia– conoció personalmente. Dicha vocación no tardaría, sin embargo, en encontrar otros cauces de realización.
A la temprana edad de 25 años, y tras un tiempo en Portugal a causa de la guerra, la encontramos en 1938 establecida con su familia en Bilbao, donde había tomado ya la firme decisión vital de dedicar su vida a la Iglesia. Lo hizo incorporándose a la denominada Acción Católica de la Mujer, la rama femenina de la Acción Católica española que, por aquel entonces, contaba ya con dos décadas de existencia.
Su nombramiento como presidenta de la rama femenina de Acción Católica en 1952 formaba parte del relevo generacional que asumía ahora el testigo en la dirección, incorporando una nueva sensibilidad que no tardaría en traducirse en iniciativas pioneras. Fue una etapa caracterizada por una “pastoral del testimonio”. Atrás quedaba un período en el que se habían privilegiado las actividades apostólicas sobre aquellas de corte más social. Su incorporación, ese mismo año, al Consejo de la UMOFC le permitió enriquecerse con una perspectiva internacional fuera de lo común en aquella época, al tiempo que le abrió a vivir la dimensión universal, católica, de la Iglesia. Sus viajes por los cinco continentes resultaban algo absolutamente extraordinario para una mujer en la España de entonces. (…)
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Índice del Pliego
El despertar del laicado y la promoción de la mujer: el compromiso con dos grandes causas
Una mujer en el Concilio: la experiencia de “un segundo Pentecostés”
El despertar ecuménico: una gran novedad en la Iglesia católica
El tiempo del posconcilio
Compromiso político en la Transición: discerniendo los “signos de los tiempos”
La fecundidad de una mujer “abrahámica”