El miércoles 7 de julio, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, publicó un vídeo en el que recomendaba un menor consumo de carne para llevar una vida más saludable. Esa propuesta, que ya figura en el manifiesto de la cumbre de Davos, en enero de 2021, y en la Agenda 2030 (punto 2), fue criticada desde muchos lugares, incluyendo compañeros de mesa del Consejo de ministros, empezando por el propio presidente del Gobierno.
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¿Dice la Biblia algo a este respecto? En el libro del Levítico encontramos un famoso texto en el que se basará todo el sistema dietético del judaísmo. En ese texto se afirma que “de los animales terrestres podéis comer los siguientes: cualquier animal de pezuña partida, hendida en dos mitades, y que rumia, lo podéis comer. Pero de los que rumian o tienen la pezuña partida, no comeréis: el camello […] el conejo […] la liebre […] el cerdo […] No comeréis su carne ni tocaréis sus cadáveres; los consideraréis impuros” (Lv 11,2-8).
Animales acuáticos
El texto sigue pasando revista a los animales acuáticos: “De los animales que viven en el agua, sean de mar o río, podéis comer todos los que tienen aletas y escamas” (v. 9). Finalmente, se mencionan los animales alados, con una serie de prohibiciones: el águila, el buitre, el búho, la cigüeña, etc. Y una curiosidad: se permite comer “la langosta –no el animal marino, sino el terrestre– en todas sus variedades y todas las variedades de saltamontes, caballetas y grillos” (v. 22).
Es difícil determinar cuál es el origen o la fundamentación de esta relación de animales y por qué se prohíbe el consumo de unos y se permite el de otros. En algún caso –como la prohibición de comer cerdo– podemos suponer que, en el fondo, hay razones sanitarias o higiénicas, o incluso religiosas, ya que el cerdo era un animal sagrado en algunas regiones vecinas de Israel.
En todo caso, el cristianismo –nacido en el seno del judaísmo– marcó distancia desde el principio con estas prácticas alimentarias. El texto que mejor lo ilustra es la visión de Pedro en los Hechos de los Apóstoles; el apóstol contempla “el cielo abierto y una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo, que era descolgado a la tierra sostenido por los cuatro extremos. Estaba lleno de toda especie de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: ‘Levántate, Pedro, mata y come’. Pedro replicó: ‘De ningún modo, Señor, pues nunca comí cosa profana e impura’. Y de nuevo por segunda vez le dice una voz: ‘Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano’. Esto sucedió hasta tres veces y luego el receptáculo fue subido al cielo” (Hch 10,11-16).