San Mateo narra que un doctor de la ley, mandado por los fariseos para tentar a Jesús, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el gran mandamiento, el primero.
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Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos” (Mt. 22, 36-40). Sin embargo, San Pablo en su capítulo 13 de la primera Epístola a los Corintios o Himno a la Caridad afirma algo que, sin duda, puede despertar alguna confusión. San Pablo escribe: “Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, no me sirve para nada” (1 Cor 13,3).
Cabe preguntarse cómo si repartimos todos nuestros bienes entre los pobres, entre los necesitados y descartados, entonces pudiéramos afirmar que no existe caridad. Para intentar brindar una respuesta a esta inquietud haremos un repaso acerca de cómo Antonio Rosmini definió la caridad y cómo esa definición permeó en la Regla de Vida del Instituto de la Caridad.
Antonio Rosmini y la caridad
Tanto en sus Máximas de Perfección Cristiana como en su Doctrina de la Caridad, ciclo de pláticas que conforman la llamada cadena de oro, Rosmini desarrolla su idea de lo que es la caridad y lo hace a partir del hecho de que solo por medio de ella el cristiano alcanza la perfección, en cuanto a que la caridad es la plenitud y fin de todo precepto.
Entiende Rosmini que para alcanzar una perfección efectiva no basta ser poseedor de una dignidad excelsa, hace falta la renuncia a todas las cosas terrenas y, por supuesto, estar absolutamente abandonado a la Providencia Divina. La caridad en el hombre es perfecta justicia que quiere, anhela, busca y vive abandonado a la divina voluntad de la Providencia.
La esencia y objeto de la caridad es Jesucristo en cuanto a que el objeto principal y propio del amor es la voluntad del amado. “Quien ama, escribe, ama que la voluntad del amado se cumpla, se haga. Amar, pues, y hacer la voluntad divina, amando: eso es la Caridad”.
De tal manera que, para Antonio Rosmini, la caridad proviene de ser un solo cuerpo con Cristo, de tener conciencia de que nuestra alma es su habitación y por su naturaleza sublime no tiene otra posibilidad para germinar. La caridad en el obrar de cada hombre resulta la huella de Dios en la humanidad.
La caridad y la Regla de Vida
La identidad de un instituto se formula de forma clara y transparente en sus Reglas y Constituciones. Ellas concentran y comunican la experiencia de gracia que el Espíritu ha concedido al Instituto, a través del carisma de fundación y generador de un peculiar estilo de vida y de misión corazonista dentro de la Iglesia.
En la Regla de Vida de los rosminianos, promulgada el 25 de marzo de 1990, no sólo se expone a la caridad como su identidad más profunda, sino que, al mismo tiempo y como consecuencia, desnuda el espíritu profundo de Antonio Rosmini.
Instituto que busca abrazar todo el bien que se puede hacer a la totalidad de la persona. Para hacer más efectivo este abrazo se distinguen tres formas de caridad: temporal, intelectual y espiritual, acotando que la distinción no se encuentra propiamente en la caridad, pues es siempre “el único e idéntico amor con el cual Dios ama”, sino propiamente a la obra a la que están llamados a procurar al prójimo.
La caridad temporal se refiere a la obligación de ocuparse del que sufre. La caridad intelectual busca formar la inteligencia para alcanzar la verdad que ilumina. La caridad espiritual conduce a gestionar al prójimo todo lo que es bien en orden a la salvación. Teniendo como columna vertebral de todo pensamiento y acción que la caridad es la plenitud de la ley. Paz y Bien.
Escrito por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini, Maracaibo- Venezuela